Jesús de Nazaret, a diferencia de Juan el Bautista, no busca la soledad del desierto. El Hijo de María tiene su centro de operaciones en Cafarnaúm (Marcos 1,21-28), ciudad estratégica por la que pasa la vía Maris, una de las calzadas importantes del imperio romano. Él sabe que si quiere encontrar a las personas tiene que ir donde están, un sábado la mayoría está en la sinagoga, y allí va a compartir su buena noticia. Me impresiona que en el lugar de culto haya alguien poseído, una manera de decir que una persona está enferma porque no puede controlar sus emociones, que la sacuden como un papel por el viento. Ese culto es sin autoridad. No sana, no libera, no renueva a los que participan. Seguro los entretiene o les genera la falsa seguridad de estar cumpliendo con la ley religiosa, como si ese fuera el objetivo de ir al culto.

La relación con Jesús, por el contrario, es transformadora, su razón es estar sano integralmente; libre de esas ataduras que no permiten avanzar; dueño del propio ser sin miedo a equivocarse; abierto a los otros como auténtica posibilidad de encuentro con Dios; capaz de enfrentar la adversidad desde la certeza de que todo estará bien, porque el sentido de la vida supera todo obstáculo.

Las palabras de Jesús no asombran sólo por su logicidad, sencillez y pertinencia sino, también, porque sacuden los cimientos de cada ser humano que las escucha y le hacen entender que la felicidad no está en el solipsismo, ni en ser un títere irracional de Dios. Sus palabras le recuerdan que Dios, con su reinado, está presente en la cotidianidad y que se requiere un proceso continuo de renovación para vivirlo, con apertura y entrega al otro. Allí se es feliz. Porque esa actitud permite encontrarle sentido a todo lo que se hace. La persona movida por el amor es libre y logra alinear todos sus impulsos vitales en la realización de su proyecto.

La buena noticia está en ser libres. No creo que se trata de liberarse de una entidad metafísica que nos someta, sino del egoísmo que saca lo peor de nosotros, de la codicia que nos hace violentos por arrebatarle al otro lo que tiene, de la magia que nos hace creer que podemos conseguir lo que necesitamos y queremos con un chasquido de nuestros dedos.

Estoy convencido de que ese mensaje sigue siendo innovador y pertinente para todos los seres humanos que quieran hacerse dueños de su vida; para los que quieran vivir en libertad y entender al otro como el templo en el que se encuentran con Dios. Eso nos hace sanos. Porque nos aleja del peor de los males que es hacernos dioses de nosotros mismos.