Nos vemos mejor en los ojos de las personas que nos aman. Aquellas que conocen nuestras virtudes y defectos, posesiones y carencias, sueños y pesadillas. Ante ellas no necesitamos usar máscaras ni hacer poses que no surjan de nuestra esencia. No están en nuestras vidas para que cumplamos sus expectativas, sino para acompañarnos con todo lo que son y tienen. Son esas personas ante quienes a veces nos sentimos inútiles, pero siguen ahí, porque la relación no se basa en lo que podemos dar, sino en la felicidad de saber que estamos unidos. No entiendo por qué somos más cuidadosos con quienes no nos aman que con aquellos que han demostrado con palabras, actitudes y acciones que sí nos aman.
Hoy escribo para recordarte que debemos cuidar a esas personas tan valiosas que siempre están ahí para nosotros. No es una imposición, sino la consecuencia misma del amor, ese sentimiento expresado en la decisión diaria de hacer feliz a la persona que decimos amar.
Imagino que la primera de estas personas es la pareja, y por eso me cuesta comprender cómo se descuida tanto esta relación, permitiendo que la rutina, la mentira y la traición se hagan presentes. Quien comparte la vida con nosotros, en términos de pareja, merece nuestro compromiso de no hacerle sufrir conscientemente, de darle lo mejor de nuestra ternura y de propiciar espacios donde pueda ser libre sin ninguna presión. Cuando escucho a algunos referirse en términos tan despectivos y hasta burlones a sus parejas, me pregunto qué sentido tiene compartir la vida con ellas si piensan así. Las palabras, las caricias, el acto generoso de entrega, el sacrificio compartido y la alegría multiplicada son los vehículos a través de los cuales mostramos el cuidado que tenemos por ellas y por la relación misma.
Estoy seguro de que también están los amigos. Esos hermanos elegidos con quienes nos sentimos auténticos y genuinos. Aquí, cuidar implica respeto, atención, libertad y tiempo de calidad. Todas esas actitudes que le hacen saber al otro que no tenemos otro interés que verlos felices y realizados en sus sueños. A veces creo que hemos exagerado la importancia de la sangre, que siempre es arbitraria, pues nos pone en relación con personas muy distintas en cuanto a maneras y valores. Creo que la familiaridad no la da el ADN, sino la decisión de compartir la existencia, de estar juntos y ayudarnos a sostener las cargas de la vida, que son individuales, pero se hacen más llevaderas cuando alguien nos ayuda.
En lugar de ser leal a quienes te hacen daño odiándolos, es momento de dar lo mejor de ti cuidando a quienes han demostrado que te aman y a quienes tú sientes amar.
@PLinero