Hay días en que sientes que todo está mal: no hay oportunidades de trabajo, los recursos no alcanzan, las personas que amas han decidido no estar cerca, falta fuerza en el corazón para seguir adelante. No es excepcional que eso pase; somos humanos, y por lo mismo, limitados y contingentes. ¿Qué hacer en esos momentos? Ojalá tuviera una fórmula mágica que compartirles, pero solo tengo lo que hago en situaciones así y que me ha servido para seguir animado en la aventura de vivir.
Creo que lo primero es aceptar y acoger esa emoción. Rebelarse contra ella no solo te causa más dolor, sino que te saca de la realidad. Sí, la situación está difícil y es normal que me sienta devastado. Es el momento de entender que tu mente está reaccionando ante todos los sucesos que estás viviendo y enciende las alarmas. No es un momento para abandonar y creer que no se puede más; es el instante para entender y tratar de encontrar qué hacer.
Lo segundo que hago es un paneo por toda mi vida y trato de encontrar aquellas realidades que están bien y por las que puedo agradecer. Siempre hay algo bueno que está ahí y puede provocar el agradecimiento. No lo hago por consolarme ni resignarme; lo hago para decirle a mi mente que sí hay motivos donde me puedo afianzar para intentar seguir.
Es necesario planear y hacerlo con inteligencia. Hay que hacer un plan de trabajo. Sí, uno nuevo. No importa que los anteriores hayan fracasado. Siempre hay que encontrar cuáles son las causas primeras de la situación y tratar de enfrentarla con soluciones. A veces fracasamos porque creemos que las soluciones están en las causas secundarias. Elabora una nueva estrategia, con pasos concretos.
Siempre hay gente a nuestro lado que está dispuesta a ayudar. Seguro muchos nos abandonan; es fácil ser amigo de los que andan bien y muy difícil acompañar a los que están metidos en experiencias de derrotas. Pero hay fieles que permanecen. Tal vez no pueden hacer nada real en la situación compleja que vivimos, pero su presencia y amor nos tienen que llenar de fuerza para seguir. Hay que juntarnos con esos que animan y fortalecen.
Luego, hay que actuar. No te puedes quedar en la cama. No dejes que la condescendencia te abrace y te haga creer que lo mejor es no intentar nada. Hay que moverse.
Para mí es fundamental mi experiencia de Dios. Confío en su poder y sé que no me deja solo nunca, que siempre está ahí para apoyarme. Leo Isaías 41,10 y me confío en su mano poderosa. Sé que nada será mágico, pero sé que celebraré y por eso lo intento confiando y creyendo. Tal vez la solución no será la que quiero, pero habrá una para mí.