Tenemos la continua tentación de hacer élites, de establecer “roscas” que delimiten y nos separen de los otros. Nos encanta dividir entre “nosotros” y “ustedes”. De todas las dimensiones de la vida, vienen los criterios para lograr esa separación. Creo que en el fondo el miedo a sentirnos inferiores a los demás, nos lleva a trazar líneas que demuestran que somos superiores. Preocupación estúpida y solución inútil. En el espacio religioso extrañamente también se mantiene esta tendencia humana: los santos y los pecadores; los buenos y los malos; los puros y los impuros. Por eso, tal vez lo que más me gusta de Jesús es que rompe con esa maniquea manera de ver el mundo. Su forma de pensar nos hizo creer que: Dios hace salir el sol para todos (Mateo 5, 45); no hay alimentos impuros, al fin y al cabo lo que entra al estómago termina en la letrina (Marcos 7, 19); no hay unos lugares privilegiados para encontrarnos con Dios y otros que sean despreciables, sino que se trata de adorarlo en Espíritu y en Verdad (Juan 4, 21); tampoco hay días santos y días no santos, lo cual queda claro en su actitud frente al sábado como día sagrado (Mc 2, 23-28; Lucas 6, 1-5).
Es descubrir que los humanos tenemos el mismo valor, la misma dignidad y que nadie puede sentirse superior a otro por ninguna razón. Es constatar que Dios se revela en lo ordinario y hasta en lo despreciable de la vida. No hace falta ir a un rincón especial para descubrirlo, sino vivir con el corazón abierto para celebrarlo en cada detalle de la vida que construimos. Tal vez el relato que más me hace sentir amado e importante para Dios, es el del Leproso (Marcos 1, 40-44) en el que Jesús toca al intocable, se acerca a aquel que está proscrito por la ley religiosa para restaurarlo y aceptarlo en la comunión de los hermanos. Este hombre, enfermo incurable, nos representa a todos, ya que en algún momento hemos sido rechazados y marginados por cualquier razón. Y en su experiencia con Jesús, nos queda claro que nunca seremos descalificados por Dios.
Aunque todos los días muchos esgrimen razones y argumentos para querer romper nuestra alianza con Dios, tenemos que saber que, si esto sucede, no es porque Él lo haya querido, sino porque nosotros con nuestra proclividad a hacernos daño, lo hemos decidido así. Espero que todos los días al abrir los ojos sepas que Dios nunca te margina, ni te aparta de su lado. Sentirte amado y reconocido por quien todo lo puede, será la base fundamental para construir un proyecto de vida lleno de felicidad. Quién se sabe amado de gratis por Dios, generará actitudes que lo harán crecer.
Ya que creo que es al contrario de lo que muchos creen: lo que nos acerca a Dios no es el miedo de que algo terrible nos puede pasar por nuestros errores y decisiones desacertadas, sino la certeza de que nos ama a pesar de todo. Cuando sabemos que su amor está ahí para que lo vivamos intensamente, propiciamos acciones para responder con intensidad. En eso todos pertenecemos al mismo círculo. No hay “unos” y “otros”, ni “nosotros” ni “ustedes”, somos hermanos valiosos y amados. Ojalá lo aprendamos de tal manera que no sigamos con esa actitud de discriminar para satisfacer la necesidad de creernos mejor que los otros.