La felicidad en gran medida depende de la calidad de nuestras relaciones interpersonales. Nadie que sea conflictivo, insoportable, soberbio y maltratador, podrá tener buenas relaciones y seguramente tendrá que vivir en amargura y soledad; sabiendo que de las peores soledades existentes, una es estar rodeados de gente que no nos quiere, sino que nos usa y se aprovecha de nosotros, pero que si pudiera, no nos volvería a hablar ni a acompañar en la vida. Nada peor que tener áulicos al lado, y no gente que nos ame y nos valore tal cuál somos.

La primera característica de una relación saludable es que los miembros que traban contactos, no tengan la intención expresa ni solapada de querer cambiar al otro. Relacionarnos con esos que, desde la montaña de su ego están mirándonos con desprecio porque quieren que seamos como no somos, o que asumen actitudes condescendientes de soportarnos, ante la imposibilidad de lograr que seamos otros, es vivir en el infierno. El cielo es construir relaciones con aquellos que nos gozan desde lo que logramos ser, que no tienen reproches de nuestra esencia, ni buscan hacernos vivir de una manera distinta a la que hemos decidido; esos que participan de la fiesta de nuestra vida, disfrutando nuestros aciertos y éxitos, pero que a la vez están allí para acompañarnos a llorar sin decirnos “te lo dije”, y que no tratan de aprovecharse de nuestra frágil condición.

La vida es mucho mejor cuando la compartimos con personas que nos quieran ver felices, que se alegran por nuestra alegría -y es que ya bastante tenemos con aquellos que se esfuerzan para que nos vaya mal-. Amigos que se pongan más contentos que nosotros cuando ganamos un premio, alcanzamos un logro, realizamos un sueño; y que no dejen que la envidia los haga competir con nosotros y disfrutar tácitamente de nuestros fracasos.

Pero sobre todo, personas que nos ayuden a dar la mejor versión de nosotros mismos, que sean capaces de mirarnos a los ojos, y con el amor y la asertividad suficiente, nos digan la verdad que muchos no se atreven a decirnos, o que otros gozan diciéndola con puyas y pullas que destruyen nuestro ser. Son los que no nos aplauden las embarradas, sino que con amor nos hacen caer en cuenta del daño que nos hacen y hacemos. Esos que dan lo mejor de sí para que podamos seguir progresando en nuestro crecimiento personal.

Ahora, no solo se trata de tener gente así a nuestro lado, sino de ser ese tipo de personas con las que amamos. Sé que ellos son el tesoro más grande que tenemos, y que son más importantes que cualquier billete o poder adquirido. Lástima que algunas dinámicas de la sociedad actual hayan hecho creer que todos pueden recibir el título de amigos –imagínense, algunos tienen 4000 en Facebook, en fin la hipocresía-, olvidando que esta es una denominación que pocos tienen a nuestro alrededor.

Creo que los amigos son para siempre y que debemos luchar por no perder la amistad de alguien, perdonar y tratar de entender las embarradas, porque ellos no son fáciles de conseguir. Sabiendo que cuidarlos debe ser una tarea sublime. No sé si tengas muchas de esas personas en tu vida, pero te invito a que cuides a los que tienes, y a que hoy brindes con ellos y sigan en el compromiso de ser más felices.