Todos tenemos la impresión de que nuestra opinión es fundamental para el funcionamiento del mundo, y que gracias a Dios, las redes sociales le permitieron a la sociedad el hecho de que el mayor número de personas la puedan conocer, lo cual no solo es una expresión de la soberbia, sino una mentira de nuestro ego que, en su función de protegernos de los demás, crece y crece.
No somos dueños de la verdad y los demás pueden ignorar nuestra opinión y seguir siendo felices. No tenemos en las manos el control de la vida de los otros y ellos pueden, con libertad y desenfado, dejar pasar nuestras palabras rebuscadas y afiladas que intentan hacerles conocer lo mal que están. No somos mejores, ni tenemos más dignidad que ellos por la gran cantidad de conocimiento que apilamos en nuestra memoria o expresamos en algunas destrezas; todos somos igual de dignos y tenemos que desplegar nuestra esencia en la cotidianidad en la que vivimos. Me gusta poder entender la vida desde las siguientes realidades:
1. No tenemos por qué complacer a todo el mundo. Elegimos a quiénes complacer y también a quiénes vamos a decepcionar. Este es un derecho que no podemos negociar. Alguien me dice “tengo una muy mala opinión sobre ti”, y yo con serenidad le digo “no la conozco y la respeto, pero no olvides que esa opinión no determina mi vida y, la verdad, puedo seguir construyéndola sin miedo”. Cuando algunas tribus digitales –espero que no sean simples bodegas- me insultan y me descalifican, recuerdo que no vivo para agradarlos, y que la única misión que tengo, es realizar desde lo ético y lo legal mi proyecto de vida, tratando de bendecir a todos los que puedo con mis decisiones y acciones. Eso algunas veces se vuelve más ofensivo para ellos que cualquier respuesta.
2. El compromiso de ser nuestra mejor versión, es con nosotros mismos en primer lugar. No queremos alcanzar metas, desarrollar habilidades y reconstruir procesos solo para ser aplaudidos por los demás, sino porque sentimos la necesidad profunda de realizar nuestros sueños desde los principios que hemos elegido. Nadie nos impone un “deberías”, esos los elegimos con libertad y conocimiento de quiénes somos y qué queremos ser. Hay que tener cuidado con los moldes universales, con los “ideales” que se nos quieren imponer a todos a través de las modas, de las tendencias, de los algoritmos, porque esos siempre son ideológicos, esto es, sirven a intereses muy particulares y definidos que desconocen nuestra singularidad y que por lo mismo no nos harán felices.
3. Tenemos derecho a equivocarnos, a reconocer el error, a arrepentirnos, a resarcir, restaurar y recomenzar. Nadie tiene que quedarse anclado en la falla que cometió. Todos podemos reconciliarnos con lo mejor de nosotros y trabajar para encontrar de nuevo el camino. Ahora hay jueces existenciales que, desde la superioridad moral, se encargan de señalarnos, descalificarnos y querernos refundir en el infierno que se han inventado para los que no son como ellos; a esos los miramos con libertad y les recordamos que sus juicios no nos hacen abdicar de la posibilidad de reconstruirnos y seguir adelante.
La relación más importante que tienes es contigo, de ella dependen las otras relaciones. Trata de agradarte con responsabilidad y seguro podrás ayudar y bendecir a los otros.