Iniciar el día con un momento de espiritualidad, es un acto de amor propio. Ese instante en el que nos conectamos con la propia esencia, tomando conciencia de quiénes somos -con potencialidades y limitaciones-, reconciliándonos con nuestro presente y trascendiendo en búsqueda de sentido más allá de los límites de nuestro ego. Algunos, según su experiencia espiritual, lo hacen en un momento de meditación y silencio; yo lo hago en un momento de oración, en el que trato de interiorizar y vivir la presencia de Dios en mí. En esa experiencia procuro cuatro acciones:
1.Tomar conciencia de mi condición, entender que soy un ser valioso, capaz, con sueños y posibilidades ante la inmensidad del universo y de la existencia misma. Esa conquista de la propia pequeñez, nos ayuda a abrirnos al absoluto, y a la vez, darle las proporciones reales a cada experiencia que vivimos. No somos los dueños de la vida, no tenemos el control de todo, y aceptarlo nos prepara para ser felices controlando y dirigiendo lo que sí podemos. Hay que tener cuidado con la “hipervaloración del yo”, que termina deformándonos y haciéndonos creer que somos capaces de todo, lo cual siempre acaba en frustración, porque somos limitados.
2.Reconozco mis errores, tratando de entender qué y porqué actué de esa manera, o dejé de hacerlo. No se trata de apilar la culpa en el corazón, ni creer que entre más me acuse, voy a poder resarcir las fallas y actuar mejor. Exagerar la culpa solo sirve para ser peores seres humanos. Eso no implica ser irresponsables con nuestra manera de vivir, y hacerlo sin asumir el mal que realizamos. Ser espirituales implica ser felices en medio de nuestras limitaciones, sabiendo que siempre podemos mejorar.
3. Trato de conectarme con los que están a mi alrededor, con los que amo y son fundamentales en mi vida y aquellos con los que comparto espacios. Entiendo que la felicidad no es un evento individual, sino relacional. Agradezco su presencia en mi vida y trato de solidarizarme con ellos. Pido a Dios que les ayude y que les permita realizar sus sueños. Una espiritualidad que nos esconda en las trincheras de nuestros propios intereses, nos deshumaniza y es fuente de amargura, porque la vida siempre se hace con otros.
4.Hago mis peticiones y súplicas, nunca como un mendigo, sino como alguien que sabe que está trabajando para conseguirlo. Estoy convencido –no entiendo cómo- que Dios actúa y ayuda al que se esfuerza y confía. También abro la posibilidad de que eso que deseo, no sea lo que más me conviene y puede no realizarse. Muchas de nuestras peticiones pueden ser caprichos que nos causen daño; no todo lo que deseamos es lo mejor para nosotros. Creo en la fuerza de Dios en la vida diaria y creo en los milagros cotidianos, esos acontecimientos en los que descubrimos su acción en nuestro favor. Soy testigo de muchos milagros y creo que son más comunes de lo que estamos acostumbrados a creer. Entiendo que no basta con rezar, que se hace necesario un compromiso inteligente, disciplinado y alineado con la ejecución de los planes que tenemos, pero también sé que una ayuda nunca sobra.
No sé cómo sea tu experiencia espiritual y te animo a ese momento en la mañana, en el que haciendo una pausa, puedas recargar para ser más que vencedor.