Las fiestas decembrinas en países donde la violencia es la realidad cotidiana de muchos plantean un dilema inevitable: cómo celebrar mientras miles de familias y personas viven la zozobra, el confinamiento y el duelo en territorios donde el conflicto y la criminalidad no cesan ni siquiera en fechas especiales.

Esta fue una semana especialmente difícil para el país: un sinnúmero de ataques violentos perpetrados durante el paro armado del ELN; el ataque que se extendió por nueve horas en Buenos Aires, Cauca, por parte de una de las disidencias de las Farc; así como el atentado contra el batallón militar en Aguachica, que las autoridades atribuyen al ELN. Aunque la violencia ha sido una constante en la historia de Colombia, hemos retrocedido décadas en materia de seguridad, y hoy los grupos armados y las bandas criminales tienen al país sometido a la zozobra con su accionar violento.

Esta realidad debe invitarnos a una reflexión profunda sobre cómo cohesionarnos como país y sobre cómo, desde cualquiera que sea el lugar en el que estemos, podemos extender nuestro apoyo a quienes viven directamente la violencia. No se trata solo de un mínimo ejercicio de empatía humana; es también una forma de resistencia frente a la violencia y de enviar un mensaje claro a quienes perpetran estas acciones criminales: ningún colombiano debe estar solo y este país rechaza tajantemente su proceder.

Colombia ha vivido algunos de los actos más violentos que cualquier sociedad pueda experimentar, y celebrar las fiestas -a pesar del dolor y del miedo- ha sido, en muchos momentos, una forma de sobrellevar una realidad que duele. Para muchos, la celebración funciona como un mecanismo de afrontamiento colectivo: no resuelve la violencia, pero permite seguir viviendo dentro de ella sin desmoronarse. Esa ha sido también la experiencia de Colombia y de otros países en conflicto, donde celebrar es, a su manera, un acto de resistencia. Lo que no deberíamos permitirnos, sin embargo, es volver rutina o paisaje lo intolerable.

Tal vez el dilema no esté en celebrar o no celebrar, sino en cómo hacerlo, pues la Navidad no debería ser un paréntesis moral. Diciembre llega siempre con una exigencia tácita: celebrar, sonreír, brindar y desear paz. A eso podríamos sumarle un espacio familiar para reflexionar sobre lo que está ocurriendo en el país, para enviar un mensaje de solidaridad a quienes pasan estas fechas en circunstancias difíciles, o para recordar a los colombianos que han sido víctimas del conflicto.

La invitación en esta Navidad es a que nos unamos por la paz y recordemos, juntos, que este país es uno solo. Mis deseos de paz para mis lectores, sus familias y sus comunidades.

@tatidangond