En la antigua Roma, el término mare clausum se aplicaba al Mediterráneo durante el invierno (noviembre a marzo) prohibiendo la navegación por seguridad debido a las tormentas. Roma había logrado tal control del Mediterráneo, que lo llamaba mare nostrum (nuestro mar), y definía cuándo se podía navegar (mare apertum) o no.
En los últimos días, medios internacionales advierten sobre repuntes del precio del gas natural y sus efectos en la estabilidad de economías emergentes. En Colombia ya ha subido significativamente y el índice de precios al consumidor lo refleja, por un aumento anual de 13,28 % en el gas, el servicio público con mayor incremento. No es una alarma menor, detrás de cada punto de inflación y de cada decisión industrial o fiscal, late el pulso invisible de la energía. En el caso colombiano, ese pulso se está acelerando. Durante años, nuestro país vivió en la comodidad de la autosuficiencia. Las reservas parecían suficientes, los precios estables y las alertas lejanas. Pero las cifras actuales dibujan otra realidad pues la producción declina, las reservas se agotan más rápido de lo previsto y la demanda clama por respaldo firme. En ese contexto, la planta de regasificación de Spec (única entrada de gas importado) se ratifica como el salvavidas silencioso que sostiene al sistema eléctrico y, ya, a otros sectores de consumo. Está en riesgo nuestra seguridad energética y mientras muchos pregonan frases sobre transición y descarbonización, el país depende cada vez más del gas importado, expuesto a la volatilidad de mercados lejanos y conflictos geopolíticos ajenos. La experiencia internacional ofrece lecciones claras; Alemania descubrió, tras la invasión a Ucrania, el costo de haber renunciado a su independencia energética, México defiende su capacidad de producir, procesar y distribuir su propio gas como pilar de soberanía y Argentina vislumbra las reservas de Vaca Muerta como motor para reindustrializarse y reducir su dependencia de divisas. Las naciones que delegan su energía delegan su destino. En Colombia la fragilidad se traduce en riesgo fiscal y social, un alza sostenida del gas importado presiona tarifas, subsidios y costos de producción que afectarán la competitividad industrial y, más aún, la economía de los hogares. Mientras, la exploración local avanza con lentitud, atrapada entre permisos e indecisión política. Corregir el rumbo requiere una visión pragmática: asegurar oferta firme mediante por lo menos una nueva planta de importación de GNL y acelerar la exploración costa afuera, para garantizar la sostenibilidad del suministro. Las energías renovables deben seguir expandiéndose, pero integradas a una matriz balanceada que reconozca el gas como soporte integral de la misma.
La transición necesita la brújula que proveen los fósiles, no dogmas. Declarar mare clausum para el gas natural, arriesga al país a navegar en la incertidumbre e intermitencia de las energías renovables. La energía, como el mar, siempre termina cobrando la ingenuidad.
@achille1964








