Cada año aparecen nuevos informes internacionales que proyectan el consumo energético mundial y como variará la matriz energética a 2050. Sin embargo, en nuestro país pareciera que quienes dan las noticias de estos informes no terminan de entender la matriz energética total. Aún, no diferenciamos la electricidad (un tipo de energía que ocupa solo una parte de la matriz, poco menos del 20%) y la energía total (el resto de lo que mueve al mundo, que se basa en la combustión del carbón, petróleo, gas, biomasa y ocupa el 80% restante)
El World Energy Outlook 2025 de la Agencia Internacional de Energía, explica la evolución de la matriz de manera muy clara y contundente, sin embargo, solo nos quedamos mirando la electricidad. Esta nos muestra que los combustibles fósiles pasarían (si se cumplen las políticas y compromisos de algunos países) del 60% hoy, a apenas 20% en 2050. Parece el triunfo definitivo de las renovables. Pero esas gráficas, con la que se venden titulares optimistas, representan solo una parte del sistema energético global: poco menos del 20% de toda la energía que consume el mundo.
Cuando uno mira la verdadera matriz energética, la que incluye transporte, calor industrial, petroquímica, minería, cemento, acero, fertilizantes y toda la cadena material que sostiene la vida moderna, la película es completamente distinta. Ahí el informe muestra que la participación de los combustibles fósiles podría disminuir, sí, pero muy poco: del 80% actual al 65% en 2050. Es decir, en 25 años, con toda la revolución tecnológica encima, la humanidad apenas logra bajar 15 puntos porcentuales en su dependencia fósil. Eso no es una transición: es un reacomodo.
El contraste es absurdo. En electricidad, todo baja de golpe. En energía total, casi nada se mueve. ¿Qué explica esto? Que los sectores difíciles de electrificar siguen siendo casi imposibles de reemplazar. Los aviones no van a funcionar con paneles solares, los barcos no van a cruzar océanos con baterías, la minería no va a mover millones de toneladas con motores que necesitan carga cada tres horas, y la industria pesada —cemento, acero, vidrio, química— está un siglo lejos de abandonar su dependencia del calor fósil. Esa es la realidad que no aparece en los discursos.
Es decir, la transición energética comienza con una fase intensiva en fósiles y minerales que los modelos no suman en sus cuentas finales. En los informes, la eficiencia aparece como magia. En la realidad, cada tonelada de metal nuevo viene acompañada de más roca removida, más diésel quemado y más energía gastada antes de instalar siquiera el primer panel. Los escenarios suponen que seremos capaces de electrificarlo todo sin considerar la energía previa que necesita la industria que fabrica esa electrificación.
Así que no, no estamos cerca de dejar atrás los combustibles fósiles. Estamos electrificando una parte del sistema, sí, pero el resto —el más pesado, el más material, el más difícil— sigue anclado al petróleo, al gas y en algunos países al carbón y no por capricho. El Net Zero podrá ser un eslogan poderoso, pero sin sumar la geología, la minería y la energía fósil embebida en cada tonelada de material usado para construir la nueva infraestructura, es un escenario que no cuadra con la realidad física del planeta.
*Director Observatorio de Transición Energética del Caribe OTEC – Universidad Areandina








