Goodrich es una película concebida para complacer a públicos diversos. Se trata de una comedia familiar inteligente y cuidada, con algunos momentos cursis, pero sostenida por la sólida actuación de su protagonista.

La historia sigue a Andy Goodrich (Michael Keaton), dueño de una galería de arte que entra en crisis cuando su segunda esposa, Naomi (Laura Benanti), le anuncia que ingresará a un programa de rehabilitación por adicción a medicamentos.

Durante los 90 días que ella estará fuera, él deberá hacerse cargo de los dos hijos pequeños, Billie y Mose (Vivien Lyra Blair y Jacob Kopera), una responsabilidad que lo toma completamente por sorpresa, pues ha estado siempre tan centrado en sí mismo que ni siquiera había notado el problema de su pareja.

Dirigida por Hallie Meyers-Shyer, Goodrich combina humor y realismo dentro del entorno un tanto artificial del mundo del arte en Los Ángeles. Pronto descubrimos que Andy tiene además una hija mayor, Grace (Mila Kunis), fruto de su primer matrimonio, quien está casada y a punto de convertirse en madre.

La película subraya que, aunque los roles de género han evolucionado, la carga cotidiana del cuidado de los hijos suele recaer todavía en las mujeres. Esto se evidencia cuando Andy debe encargarse de llevar a los pequeños a la escuela, preparar loncheras y organizar comidas saludables.

A la vez, la galería atraviesa dificultades, lo que añade más presión a un hombre que nunca encontró tiempo para su primera hija y ahora debe replantear sus prioridades.

Las dinámicas familiares se muestran con acierto a través de diálogos cargados de sátira, especialmente en las escenas con Grace, quien encarna las contradicciones de una relación marcada por el cariño y el resentimiento: quiere a su padre, pero no olvida la ausencia que definió su infancia.

Andy no es un villano; simplemente ha vivido absorbido por su trabajo, desconectado de lo que su familia necesitaba. Las circunstancias lo obligan a reevaluar su vida y a reconocer qué es realmente importante.

Las subtramas —como la de la niñera israelí con un marido gay o la relación incipiente entre Andy y el padre de un compañero de sus hijos— aportan color y funcionan más como pinceladas simpáticas que como elementos decisivos en la transformación del protagonista.

Goodrich es, en suma, una película divertida, accesible y bien interpretada, con momentos genuinos y un reparto que sostiene incluso los pasajes más endebles.

@GiselaSavdie