La palabra promesa proviene del latín promissum: de pro (hacia adelante) y mittere (enviar). Los romanos decían que era una palabra lanzada al futuro, un compromiso que se adelantaba a los hechos, confiando en que la acción alcanzaría la palabra. Si no la alcanzaba, la promesa se convertía en deuda.
En teoría del riesgo, la cadena vulnerabilidad-riesgo-daño enseña lecciones poderosas. La vulnerabilidad es la fragilidad de un sistema ante una amenaza. La seguridad energética no es un ideal romántico ni un lujo: es una cadena causa-efecto en la que la vulnerabilidad se convierte en riesgo, y el riesgo (de no gestionarse) termina en daño. Primero hay que identificar vulnerabilidades: reservas en declive, campos envejecidos, retrasos regulatorios. Segundo, cuantificar los riesgos, con base en escenarios de producción local insuficiente y mayor dependencia de importaciones. Y tercero, prevenir el daño, promoviendo nuevos contratos de exploración y gestionando la transición con plazos y opciones realistas y financieramente sostenibles. Planificar la transición requiere prudencia, no dogmas ciegos y obstinados contra los combustibles fósiles. No se hizo así y el país terminó importando gas por necesidad. Nuestro sector gasífero es vulnerable porque las reservas declinan, los campos maduros producen menos y los nuevos proyectos avanzan con lentitud. Esa fragilidad genera riesgo, entendido como la probabilidad de que ocurra lo peor, desabastecimiento local. Si el riesgo no se gestiona llega el daño: dependencia externa, pérdida de soberanía energética y precios altos. Ya empezamos a leer que Sirius, el descubrimiento más importante de gas en aguas del Caribe, esperanza para recuperar la soberanía perdida y que se anunciaba para 2029, ya apunta a 2030 o incluso más tarde. Según sus operadores, Ecopetrol y Petrobras, enfrentan cientos de consultas sociales y desafíos logísticos para llevar el gas a tierra firme. Cada año de retraso significa millones de dólares en importaciones de GNL, contratos spot más caros y mayor exposición a volatilidad internacional. Mientras la producción nacional sigue cayendo, las importaciones de GNL crecen, afectando el bolsillo de los colombianos. Una transición energética mal planificada ha exacerbado la cadena. Se frenó la exploración y producción de gas bajo la premisa de que la transición al sol y al viento sería rápida y limpia. Colombia pasó de ser un país con autonomía en gas a depender de barcos metaneros, tarifas más altas y menor margen de maniobra ante crisis externas. Precio alto por no haber reconocido que la seguridad energética forma parte del desarrollo sostenible.
En el caso de la transición energética, necesaria sin duda, la acción no alcanzó a las palabras. Por lo tanto, quienes la han dirigido han incumplido promesas asumiendo una deuda con todos los colombianos que hoy pagamos, y seguiremos pagando por lo menos 6 años más, un gas importado más caro que el local (y solo tenemos una planta de importación).
@achille1964








