Sus calles contienen años de historia. Sus olores, sus colores, sus sonidos, sus sabores son muy diferentes a los que Alcy y yo vivimos cotidianamente. La gran cantidad de personas en sus calles y los carros veloces describen los más caóticos recorridos. Vamos montados en una tuk-tuk que nos hace tener la sensación constante e inminente de estar en peligro por la posibilidad de ser arrollados por cualquiera de los grandes vehículos.
Estamos en Varanasi, en la India, una ciudad de más de cuatro mil años de existencia. Está por atardecer y queremos presenciar la ceremonia Ganga Arti en los ghats en los que, con ofrendas de luz y campanas, adoran a la diosa Ganga. Llegamos hasta las escalinatas y allí presenciamos un culto que no entendemos, pero aun así nos comunica la necesidad humana de trascender.
Los cantos, los rezos, las expresiones de júbilo, los movimientos con la luz y con el fuego generan un ambiente parecido al de nuestros ritos. Evitamos juzgar lo que vemos. Miramos tratando de descubrir lo que nos une como humanos.
Esa noche dormimos impresionados y expectantes ante la experiencia del día siguiente. Despertamos temprano y vamos a navegar el Ganges, ese río sagrado para ellos, en el que desde el amanecer algunas personas se han estado purificando para obtener la moksha, es decir, la liberación espiritual. Lo navegamos con las mismas expectativas que siempre tenemos ante lo nuevo, sin prejuicios, sin querer que eso se parezca a lo nuestro. No tendría sentido ir a otra cultura a ver lo mismo que uno tiene en la suya.
Nos acercamos prudentemente a uno de los ghats donde se están quemando los cuerpos de algunos fallecidos. La familia ha comprado leña, ha preparado el cuerpo ungiéndolo la noche anterior y ahora lo ha puesto ahí en la pira para la cremación.
Un sacerdote, así lo percibo, dirige todo el proceso. El hijo mayor, con devoción y amor, pone mucha mantequilla en la cabeza del cuerpo del difunto para que las llamas puedan consumirlo rápidamente. En su creencia, así se libera al alma del tormento que implica salir de ese cuerpo.
Nuestro guía, Dilip Singh Rathore, con su sapiencia y profundidad, nos explica que las cenizas, los huesos y los restos no consumidos por el fuego serán arrojados a las aguas de este río sagrado para completar el rito de liberación. Las llamas son fuertes y altas.
Hay un ambiente místico que excede nuestros miedos. Alcy y yo estamos en silencio. No hay palabras ni explicaciones. Solo contemplamos los intentos humanos de responder al misterio de la muerte. Nos quedan en el corazón dos certezas: la vida sigue y el amor nos hace vivir con fuerza ese misterio.
@Plinero








