En la ciudad más capitalista del mundo acaba de ganar un alcalde al que muchos llamaron comunista. Zohran Mamdani, hijo de inmigrantes, musulmán y joven, conquistó Nueva York sin maquinaria y sin pedir permiso. Su victoria rompe los moldes del poder tradicional y deja una lección que trasciende fronteras: la gente vota por quien la escucha.
Durante la campaña, el establecimiento intentó reducirlo a una caricatura: lo tildaron de radical, de peligro para el sistema. Pero mientras lo señalaban, Mamdani hablaba del costo de la vivienda, del precio de los alimentos y de lo difícil que se ha vuelto sobrevivir en una ciudad donde trabajar ya no alcanza para vivir con dignidad. Su discurso no fue ideológico, fue humano. Y eso, en una época de desconfianza, bastó para ganarse a una mayoría cansada de discursos vacíos.
Ganó porque entendió algo básico: la gente quiere sentirse parte del debate; que quien los representa defienda sus intereses. En un mundo saturado de información y desinformación, donde las redes son el escenario de debate, Mamdani usó la conversación digital no para dividir, sino para conectar. Mientras los viejos políticos se reunían en clubes privados, él estaba en la calle preguntando qué no deja dormir a sus vecinos.
Y ahí está la analogía con Colombia. Aquí también la gente está cansada de las etiquetas. En Bucaramanga, en Medellín o en Pasto, la preocupación no es si el alcalde es de izquierda o de derecha, sino si controla la inseguridad o si la plata alcanza para comer. Lo que define a un líder hoy no es su ideología, sino su capacidad de entender al ciudadano que madruga, que trabaja y que siente que cada mes vive un poco más apretado.
El problema es que nuestra dirigencia sigue discutiendo como si el mundo fuera en blanco y negro. Unos señalando de “neoliberales” o “fascistas” y otros gritando “comunistas”, mientras los ciudadanos ven cómo el país se estanca entre egos y nostalgias. Las reuniones privadas entre líderes políticos no indignan por su contenido, sino porque creen que el poder sigue en los salones cuando hace rato se mudó a la calle. La política dejó de ser un tema entre experiencia o inexperiencia; ahora es una cuestión de credibilidad y confianza. A la gente no le interesa cuántos años tiene un candidato, sino si puede cumplir lo que dice.
El efecto Mamdani es una advertencia. El poder se está desplazando de los gremios a las redes, de los discursos a la acción, de los apellidos a las causas. En un país donde un tendero es extorsionado, un joven no logra independizarse y una madre lucha para pagar el arriendo, lo que se necesita no es ideología, sino empatía. Lo que pasó en Nueva York podría pasar en cualquier ciudad colombiana. Porque cuando la esperanza vence al miedo y la cercanía vence al cálculo, la política vuelve a ser un acto de confianza. No importa si es de izquierda o de derecha: lo que importa es si entiende lo que la gente necesita. Ese es el verdadero efecto Mamdani.
@MiguelVergaraC








