En Sudán se libra una de las guerras más crueles de nuestro tiempo. Desde abril de 2023, cientos de miles de personas han muerto y más de diez millones han sido desplazadas de sus hogares, soportando hambre y grandes vejaciones. Sin embargo, poco o nada se dice al respecto. Las noticias llegan dispersas, sin imágenes ni contexto, y se pierden rápidamente entre los titulares diarios.
El conflicto que hoy padece el país africano enfrenta a dos antiguos aliados: el ejército regular y un grupo paramilitar —compuesto por tribus árabes nómadas— conocido como las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Lo que comenzó como una pugna por el control del Estado y sus recursos derivó, en regiones como Darfur, en episodios de violencia étnica contra comunidades específicas, especialmente el pueblo Masalit. Justo hace unos días la RSF masacró a dos mil personas en Al Fasher, con una rapidez que, según The Guardian, evocó los peores momentos de la guerra en Ruanda.
Lo cierto es que diversos organismos internacionales han documentado ataques sistemáticos, desplazamientos forzados y crímenes de guerra, y que algunos gobiernos, entre ellos los Estados Unidos, ya califican la confrontación como un genocidio. Una disputa esencialmente política y militar ha adquirido una dimensión evidentemente racista, lo que aumenta el sufrimiento de una población abandonada y desesperanzada.
En el mundo contemporáneo, la visibilidad de un conflicto no depende solo de su gravedad sino de su importancia relativa, de acuerdo con las prioridades mediáticas y políticas. Las guerras con narrativas épicas, con bandos que despiertan pasión y afectan los equilibrios de poder o los mercados globales, suelen ocupar los titulares. Las demás, aunque exhiban miserias terribles, quedan relegadas a los márgenes del interés público y dejan de importar. En este caso también influye una variable más incómoda de admitir: la cultural. A lo largo del tiempo, el mundo ha terminado por acostumbrarse a asociar África con el sufrimiento. Esa percepción, injusta y deshumanizadora, debilita la compasión y convierte las tragedias en anécdotas.
Sudán atraviesa hoy una crisis humanitaria de enormes proporciones. Sin embargo, no hay grandes portadas, ni campañas de solidaridad, ni banderas, ni llamativos eslóganes, ni debates urgentes. Aquí, donde proclamamos la herencia africana y solemos identificarnos con sus padecimientos, reina un silencio llamativo. Mientras algunos conflictos reciben todos los reflectores y activan los megáfonos, otros se pierden en la sombra. Y en esa sombra, siguen ocurriendo horrores innombrables.
moreno.slagter@yahoo.com


