Estoy sentado en el avión. El vuelo a pesar de lo largo es placentero. He terminado el libro que tenía para leer y me concentro ahora en meditar uno de los salmos que más me gustan: el 27. Lo leo con detenimiento y trato de imaginar lo que vive el poeta espiritual que escribe esas figuras. Lo imagino en las peores situaciones existenciales que tenemos los humanos: triste por la muerte de alguien que ama y sintiendo que todo está perdido; viviendo la soledad de una ruptura amorosa y creyendo que la vida es un absurdo; recibiendo el ataque de adversarios que lo quieren ver derrotado y sintiendo que el corazón palpita rápidamente porque no sabe cómo seguir adelante; viendo cómo uno de los proyectos a los que más tiempo le ha dedicado fracasa y eso lo hace sentir inútil.
En medio de cualquiera de esas situaciones, el autor escribe unos versos para expresar la confianza que tiene en Dios, o para provocarla. Cualquiera de las dos razones es válida. Me quedo en el último verso, que tantas veces he repetido en los momentos límites de mi vida: “¡Ten confianza en el Señor! ¡Ten valor, no te desanimes! ¡Sí, ten confianza en el Señor!”. La fe se traduce en esa certeza de que todo lo que sucede trae bendiciones, y eso es lo que llamamos confianza: estar seguros de que Dios no nos deja solos, sino que nos acompaña. Esa confianza se manifiesta en dos actitudes concretas: ser valiente y estar motivado.
1. Aquí la valentía es hacer lo correcto, lo que está alineado con nuestros valores, aunque tengamos temor. Es no dejarnos paralizar por el miedo ni permitir que su impulso nos haga perder los estribos. Es conservar la cordura y actuar según nuestros principios.
2. La motivación es fruto siempre de la anticipación de los beneficios que vamos a obtener con la decisión que tomemos y la acción que hagamos. No es un acto mágico: hay que precisar lo que ganamos con actuar de esa manera. Si la relación con Dios nos asegura que todo —aun la derrota y la enfermedad— es fuente de bendición, entonces podemos vivir con ánimo y pasión la vida.
Sigo en mi meditación cuando anuncian que estamos próximos a aterrizar. Hago una oración pensando en mis miedos, en mis problemas y adversidades, y le repito a Dios que confío en Él. No sé qué me espera en este nuevo lugar al que llego, pero sé que todo tendrá sentido, aunque no sea la realización de mis deseos. Lo importante es vivir desde la paciencia, con confianza y comprometidos con lo que nuestro propósito de vida nos pide. Digo amén. Abro los ojos y me dispongo a lo nuevo. Temer no puede llevarnos a abandonar nuestras búsquedas más profundas.