Hace cincuenta años o quizás menos tener un arma de fuego era un privilegio que muy pocas personas podían ostentar o necesitar fuera de las Fuerzas Armadas o de Policía. Estamos escribiendo sobre la sociedad civil. Comprarla en los puestos autorizados, Ejército, Policía, era difícil, con múltiples requisitos y papeles, documentos y certificados. Ni pensar que personas menores de edad pudiesen portar un arma. Y además, las penas por ley para quienes violaran esta legislación eran fuertes.
Hoy día el panorama es distinto y tremendamente peligroso. Cualquier persona, no importa la edad o el sexo, puede tener un arma mortal como revólveres, pistolas, fusiles, escopetas, que portan con la mayor naturalidad en su quehacer diario.
Hasta las mujeres entran en estas realidades comprobadas. Y lo más grave es que los menores de edad, como lo vemos a diario, son portadores de estas armas y con ellas asisten a todos los sitios inclusive a los colegios.
Y si el arma no es de fuego portan en sus cinturones o bolsillos puñales, navajas o cuchillos de los que llamamos “de cocina” para significar su fortaleza.
En otro aspecto íntimamente ligado a estas inquietudes y realidades que soportan la ciudadanía común y corriente es que años antes todas estas armas con pocas excepciones eran importadas por las autoridades y vendidas por ellas mismas.
Hoy en día cualquier persona las encuentra en una esquina. ¿Antes eran importadas únicamente por el gobierno, Ejército o Policía, hoy por quiénes? La escueta verdad es que no las importan legalmente y entran de contrabando a montones, camufladas de mil maneras listas para la venta con sus municiones.
Por dónde entran, de qué forma, ¿cuál es el método? Por los puertos de entradas internacionales del país, aeropuertos, puertos marítimos y fluviales.
¿Cómo entran? Descaradamente y esto califica para una realidad aterradora: todo el mundo tiene armas porque las encuentran en cada tienda y entraron a Colombia por la complicidad de las aduanas que lo ven, lo aceptan y lo cobran.
Por ello la propina que no lo es por sus sumas altas, circula permanentemente y de esta problemática solo se oyen rumores, pero no se ve, por ningún gobierno ante y ahora una acción para este tráfico inmenso: El contrabando de armas. Así, y lo vemos a diario, hasta estudiantes asisten a sus clases con la pistola en el morral.
Y ese estudiante, ese ayudante, ese mensajero de menor edad muchas veces como lo demuestran a diario las noticias, le da más importancia al uso de esa arma semiautomática que a otros deberes a los cuales está obligado a estudiar y dedicarse. Es triste hoy en Colombia, una tristeza más de las tantas que tenemos.