Según cifras recientes del DANE, en 2024 nacieron menos de 500.000 colombianos, lo que refleja una caída sostenida de la fecundidad, muy por debajo del nivel de reemplazo poblacional (2,1 hijos por mujer). Al mismo tiempo, la esperanza de vida ya supera los 76 años y mantiene su tendencia al alza; de hecho, para 2040 se proyecta que superará los 80 años. Como resultado, en 2050 se espera que los adultos mayores superen en número a los niños.

Las políticas públicas no pueden seguir ignorando este cambio demográfico. La nueva estructura poblacional exige transformaciones que van mucho más allá de la reforma pensional. Es urgente normar para adaptar nuestras ciudades y nuestro sistema de salud a esta nueva realidad. Estas dos áreas críticas hasta ahora están relegadas en el debate público que se da alrededor del envejecimiento de la población. Seguimos proponiendo reformas como si fuéramos una sociedad eternamente joven, sana y autónoma, cuando esa realidad ya no existe.

El sistema de salud continúa enfocado en eventos puntuales como urgencias, cirugías, infecciones, mientras la vejez se caracteriza por procesos complejos: enfermedades crónicas, deterioro progresivo, dependencia funcional. Cambiar el modelo de atención es necesario, pero insuficiente si no se atiende la formación del talento humano. Colombia tiene un déficit crítico de especialistas en geriatría, medicina familiar, ortopedia, cirugía, neuropsicología y enfermería del adulto mayor, entre otros. Sin estos profesionales, será imposible garantizar que los servicios acompañen el envejecimiento con calidad y continuidad. La atención domiciliaria, el cuidado paliativo y la prevención de la fragilidad deben dejar de ser programas marginales para convertirse en políticas sostenidas.

En lo urbano, la situación también es crítica. La mayoría de nuestras ciudades resultan hostiles para quienes tienen movilidad reducida, baja visión o dificultades de orientación. Andenes en mal estado, transporte público inaccesible, parques descuidados, ausencia de zonas de descanso y baños públicos: todo conspira contra la autonomía. En vez de facilitar el disfrute de la longevidad, muchas urbes empujan a las personas mayores al encierro, la dependencia y el aburrimiento.

En esta transición demográfica también hay oportunidades. Colombia está en el trópico: tenemos luz solar todo el año, temperaturas moderadas en buena parte del territorio y una biodiversidad que favorece la vida al aire libre. Bien aprovechado, este entorno puede ser un aliado para la salud y el bienestar de los mayores. La evidencia muestra que la luz natural mejora la salud mental y física, y que los espacios verdes reducen el estrés, promueven la actividad física y combaten la soledad.

El verdadero reto es político. Transformar esta ventaja en política pública exige visión de Estado: más espacios amigables al aire libre, programación cultural diversa, educación a lo largo de la vida, encuentros intergeneracionales, servicios de salud humanizados y canales accesibles para trámites. Todo esto debe ser parte de una agenda nacional seria. Por eso, resulta urgente que los candidatos a la Presidencia y al Congreso incluyan propuestas concretas para que Colombia no solo se adapte al envejecimiento, sino que se convierta en un destino seguro, amable y atractivo para envejecer. No se trata de un lujo: es una necesidad impostergable.

No hablo de un futuro lejano. El cambio ya empezó. Envejecer, con suerte, nos tocará a todos. Lo deseable, al menos para mí, es hacerlo en un país que no nos haya dejado atrás.

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