Hace unos días terminé de leer un gran libro escrito por el profesor de la Universidad de Cambridge Christopher Clark intitulado Tiempo y poder. En el texto se explican estos dos conceptos frente a la historia en cuatro líderes de Brandemburgo, Prusia y luego Alemania. Un territorio con separaciones y unificaciones a lo largo de tres siglos.
El primero de ellos, el gran elector Federico Guillermo (1620-1688) quien no creía en las tradiciones y en la continuidad de la historia, sino en la capacidad de comprender el presente y tomar decisiones conforme a las variables que se le presentaran. Con esto creía que podía anticipar múltiples escenarios y futuros. El gran elector lo veía todo así porque recibió un territorio y luego lo amplificó en medio de varias vicisitudes europeas derivado de las consecuencias de la paz de Wetsfalia (1648), el reinado de Luis XIV en Francia (1643-1715) y la revolución inglesa 1642-1688).
El segundo fue Federico II de Prusia (1712-1786), el rey historiador. Intelectual, lector, pensador, amigo de Voltaire. Este rey concibió la historia de su reino sobre la base de la importancia del Estado y sus instituciones, borrando los conflictos inveterados de su pasado reciente y acudiendo a la historia clásica para explicar su tiempo. Para él, los problemas de gobierno, se enmarcaban en un continuo institucional. No hay vicisitudes, ni sorpresas en su gobierno como le había ocurrido al gran elector.
En tercer lugar, Clark explica a Otto Von Bismark (1815- 1888) como aquel que protegió la permanencia intemporal del Estado frente a los cambios intempestivos de cada tiempo. Con esa actitud, se tutelaban las bases esenciales del Estado.
Por último, se enfocó en Adolf Hitler (1889-1945) quien pretendió eludir la historia del Estado y las instituciones y estableció un relato racial intemporal y un futuro profético.
Estas cuatro visiones tienen una característica fundamental y es mostrar las maneras como se entienden los conceptos de historia, tiempo y poder. El libro nos sirve para entender el presente y los vaivenes en el ejercicio del poder en nuestros países. He dicho en esta columna que el momento actual de Colombia es complejo, no solo por la concepción avasalladora de la historia por parte del presidente, sino por su carácter evasivo de lo que él debe representar como jefe de Estado.
Desconocer las instituciones que se representan, los orígenes institucionales, reinterpretar sin contexto y de forma anacrónica los principios de gobernabilidad, las rupturas y continuidades en el desarrollo social, político y económico de nuestro territorio, hacen que el mal gobierno de Petro sea más problemático.
Su concepción de la historia parece más la de un personaje autoritario y dictatorial que a la de líderes con sentido de raigambre en su historia. Esta realidad también nos pone de presente que el poder a pesar de su grandeza es temporal, limitado y volátil. El secreto de la democracia es que demostró que su éxito está atado al límite de su ejercicio más que a la resolución de los problemas de la ciudadanía.
Petro, por lo menos, en nuestras tierras pasará como un asterisco en la historia del país porque no pudo desprender la institucionalidad de la historia de la nación y porque nunca dimensionó que el pueblo también es volátil y efusivo. No es gratuito que en la historia a los ciudadanos en democracia no se les exija coherencia en sus decisiones, mientras que a sus dirigentes sí.
El camino de Colombia en el 2026 está trazado. Unión de fuerzas para ganar las elecciones y gobernar. El camino no es otro que volver a hablar de instituciones, sin personalismos, ni autoritarismos. Esperemos que la ruta se aclare.
Ex fiscal general de la Nación
Profesor del Adam Smith Center for Economic Freedom, Florida International
University (FIU)