El ejercicio de la política en Colombia invita a los nacionales a desconfiar de quienes, elección tras elección, se arropan en las banderas de un “cambio” mentiroso.

No hay “cambio” posible con los mismos actores reciclados cada cuatro años. Tampoco se sucederá un cambio verdadero de la manera de hacer la política en Colombia, con los mismos mesías, varones y caciques electorales de siempre.

El discurso de “cambio” no se trata de un haber proselitista exclusivo de candidatos de izquierda o derecha, tanto unos como otros lo utilizan para construir con esmero la “peor versión” y la “madre de todas las mentiras” del ejercicio de la política en Colombia.

La mentira del “cambio” perpetúa una “clase política de carrera”, consolida la percepción más nefasta de la administración pública, viabiliza la hegemonía partidista con repartición y saqueo del erario. Siendo el lado más oscuro de la mentira del cambio hacer creer que la actividad política se encuentra reservada para una “clase especial”.

La palabra “cambio” durante años ha sido explotada proselitistamente. Sin duda, cada gobierno dice representar un “cambio” que nada “cambia”, haciendo inamovible que la cosa pública sea el medio expedito para enriquecerse.

Como sociedad no hemos podido construir el cambio necesario para consolidar una sociedad más justa, culta y equitativa. La política se ha convertido en la tragedia nacional que arrasa con los sueños de un pueblo, que insiste en creer que es posible un cambio a través del voto como catalizador de la democracia.

Por supuesto, urge un cambio político en Colombia que sobrepase la izquierda y la derecha, que comience por devolverle la majestad a la institución presidencial. Un cambio que conlleve a que el Congreso de la República recupere la altura del debate propiciador de un control político técnico, que consulte los más caros intereses de la Nación, por encima de los intereses económicos de sus miembros.

Para que el “cambio” prometido en campaña no siga siendo una mentira, se necesita el liderazgo de un estadista y de congresistas probos elegidos en 2026, quienes se comprometan con un trabajo político que propenda por: la reconciliación nacional; disminución de la pobreza; garantizar el imperio e igualdad ante la ley; devolver la seguridad para todos; trabajar incansablemente por la transparencia de la administración pública; fortalecer la independencia de la judicatura; y garantizar el ejercicio de los derechos y libertades ciudadanas.

Para que el discurso de “cambio” no sea una mentira, debemos revisar en detalle las dimensiones: personales, legales, laborales y el programa de los candidatos previamente a depositar nuestro voto libre e informado.

@orlandocaba