La pregunta sobre por qué la inversión en vivienda sigue siendo una de las más seguras parece sencilla, pero la respuesta se encuentra en la experiencia de quienes han decidido proteger su patrimonio con ladrillo y cemento. Al revisar el comportamiento de los precios de la vivienda frente a otros activos financieros en los últimos quince años, salta a la vista una verdad incuestionable: la vivienda se mueve con pasos firmes, mientras otros caminos son trochas llenas de sobresaltos.
En el periodo que va desde 2009 hasta hoy, los precios de la vivienda nueva y usada han mostrado un crecimiento constante, casi paciente. Suben año tras año con una estabilidad que pocos activos pueden ofrecer. No se trata de un crecimiento explosivo ni de ganancias inmediatas, pero justamente ahí radica su fortaleza: la vivienda depende menos de las emociones del mercado, de rumores políticos o de choques externos que hacen tambalear la confianza de los inversionistas. Mientras la bolsa ha tenido picos de entusiasmo seguidos de desplomes que borran de un tajo años de ganancias, el valor de una casa se ha mantenido en ascenso, sin grandes retrocesos y con una tendencia clara al alza.
Esta estabilidad no significa renunciar a la rentabilidad. Al contrario, quien compró vivienda a comienzos de la década pasada ha visto cómo su valor casi se duplicó en términos reales, sin angustias y con la posibilidad de usarla como hogar o como fuente de ingresos a través del arriendo. Esa doble función: patrimonio que crece y activo que genera flujo, convierte a la vivienda en un bien único, muy distinto de un activo bursátil, cuyo valor depende de la volatilidad diaria y está expuesto a variaciones inmediatas.
Más allá de los números, invertir en vivienda tiene un componente emocional y cultural difícil de reemplazar. Una casa no es solo una cifra en el balance; es el espacio donde se crían los hijos, se reúnen las familias y se proyecta el futuro. Ese valor simbólico la convierte en un activo que siempre será demandado y que, a diferencia de otros, nunca quedará obsoleto.
Por eso, cuando se habla de refugio del patrimonio, la vivienda ocupa el primer lugar. Es un bien que protege en tiempos de incertidumbre, que responde con estabilidad en el largo plazo y que otorga la tranquilidad de saber que la inversión no se esfuma con el vaivén de los mercados. Invertir en vivienda sigue siendo, y seguirá siendo, la manera más segura de resguardar el fruto del trabajo y construir un legado.
*Directora Ejecutiva Lonja de Propiedad Raíz de Barranquilla