Cuando alguien se va y no vuelve más, nunca sabemos qué le va a pasar. Las elucubraciones, conjeturas o suposiciones son muchas. Pero el vacío queda y nunca se va. Las ilusiones que se hacen con una hija se escondieron para desaparecer en el tiempo, pero ni siquiera los años que han pasado han podido con el amor y el recuerdo permanente de quien pudo y nunca fue. La menor de tres era la mayor en divertirnos, en hacernos vibrar y gozar con su espíritu infantil alegre y adelantado a los momentos que vivió. Me sentí tan deprimido que creía que solo la muerte me podría calmar. Pero llegó el momento de su partida, como si se hubiera ido a un viaje muy largo, que, para llegar a ella, solo con la muerte, la volveremos a encontrar.
Nada produce más sufrimiento que ese difícil momento. Las lágrimas se secaron de tanto llorar. Con el corazón roto, seguimos para adelante con mis otras dos hijas y mi esposa. Sostuvimos la familia que siempre soñamos, incluyendo a Andrea, que con su apoyo celestial nos ayudó a hacer una fundación para niños con cáncer de bajos recursos, para el apoyo de un hogar, necesario para salir adelante.
No te hemos olvidado un solo día, Andre, y en tu cumpleaños te queremos más. Pagamos el peor sacrificio de la vida: entregar un hijo a Dios a los 5 años; es lo peor que le puede suceder a unos padres que tanto la amamos y nunca le negamos nada.
Eran muchas las ilusiones que teníamos con ella. Podría haber sido cualquier clase de profesional, y en alguna escogida profesión, se hubiera destacado. A sus años era capaz de hacer representaciones teatrales, bailar, recitar con una voz de líder que muchas veces la colocó como la que con fuerza empujaba las acciones. Querida por sus profesoras, amistades y cada una de aquellas con quienes conversaba. Todavía la veo corriendo en mis ratos de meditación, con sus disfraces puestos, o pintada con colores que sus hermanas le colocaban, acolitándole todas sus acciones. Nos recibió con un abrazo y un beso, que tanto me han hecho falta.
Sus preguntas y respuestas dejaban entrever la inocencia y picardía de la niñez. Soñaba con ser una princesita, nadar en el fondo del mar o volar en los cielos, siempre llena de alegría. Volando entre las nubes buscando a Dios, a los ángeles y todas esas cosas bellas que en la tierra no hay. Llegar al cielo, a esos años libre de pecados y de remordimientos, nos hace envidiarla, aun con el dolor de su partida.
Niña pequeña, de corazón grande, que dejaste los destellos en este mundo infame, sueño que algún día nos volveremos a ver, a compartir y a gozar todas las ilusiones que se suspendieron en el peor momento, cuando más felices llegamos a estar.
No hay reemplazo en el presente, pero existe la esperanza de que, tarde o temprano, el reencuentro nos hará felices a todos, los que todavía sentimos que te queremos igual. Ilusiones perdidas que un día volverán…
@49villanueva