Hace más de dos mil años, a Sócrates le contaron un chisme. Antes de escuchar, el filósofo lanzó tres preguntas que se hicieron famosas: ¿Es verdad? ¿Es bueno? ¿Es útil? Si la respuesta era “no” a las tres, la conversación moría ahí.

Hoy, muy distinta sería nuestra sociedad si en la red X, Threads, Facebook, Instagram o TikTok tuviésemos este filtro activado.

Imagínese antes de escribir un comentario o repostear el de otro, la plataforma le preguntara: ¿seguro que esto es cierto?; ¿seguro que no va a lastimar a nadie?; ¿seguro que aporta algo útil? Y si falla en el cuestionario, la red no lo dejara publicar. Y si lo hace sin estar seguro, le generara una responsabilidad compartida medible y “castigable” en el enigmático algoritmo de las redes que te hace famoso o miserable.

En un mundo así, las redes no estarían inundadas de fake news, insultos y peleas. Estarían llenas de cosas reales y necesarias. Pero como ese filtro no existe, lo que sí abunda es lo contrario: rumores compartidos como verdades, videos que solo humillan, opiniones lanzadas con la única intención de llamar la atención.

Lo vemos todos los días: desde el familiar que reenvía cadenas falsas en WhatsApp hasta el político que incendia el debate con frases diseñadas para dividir.

La verdad es que si pusiéramos el tamiz socrático en nuestras pantallas, el 95% de los comentarios desaparecería. Y no exagero: piense en la última discusión en la que se metió online… ¿Cuánto de eso era cierto?, ¿cuánto bondadoso?, ¿y cuánto servía realmente? Exacto.

Este año político que arranca es el mejor ejemplo de por qué necesitamos ese filtro. Venimos de semanas cargadas de violencia política, de insultos cruzados y de un clima cada vez más polarizado. La campaña que se avecina promete más de lo mismo: titulares fáciles, frases para encender la rabia, mensajes que buscan dividir más que proponer.

El riesgo es enorme. Porque cuando las palabras se lanzan sin pasar por ningún filtro, se convierten en provocación. Y no hay peor cóctel que redes sociales + polarización + año electoral.

Por eso vale la pena recordar a Sócrates. Su método no era un capricho filosófico: era un acto de responsabilidad. Hoy necesitamos que cada palabra que digamos —o escribamos en redes— pase por ese triple examen: verdad, bondad y utilidad.

Si lo aplicáramos, descubriríamos que casi todo lo que creemos urgente compartir no lo es. Y que con ese filtro, las redes se reducirían a un puñado de mensajes, sí, pero mensajes que valen la pena.

@eortegadelrio