Terminé de hacer mi editorial en Blu Radio, en la que dejé claro que es sagrado respetar a las personas y su derecho a expresar su opinión, pero que eso no implica aceptarla como verdadera, y que podemos criticarla inteligentemente. Uno de mis compañeros me dijo: “Esa es una apología al matoneo contra los demás”. Me quedé pensando en silencio y me cuestioné: ¿por qué entendemos que toda crítica tiene que ser una expresión de matoneo?
Sé que en el momento actual del país esto es complicado. La polarización, el fanatismo y la simplificación de la realidad en la que vivimos les han hecho creer a muchos que la única forma de debatir es insultar, maltratar o despellejar a quien da una opinión que no es fácil. Me niego a esa forma de entender la vida. Creo en la posibilidad de amar a alguien y criticar sus opiniones; de aceptar muchas ideas de alguien y de rechazar otras por no ser ciertas.
Por un instante me traslado a mi hogar y pienso en Alcy, con quien estamos de acuerdo en lo fundamental de la vida y con quien comparto los valores que nos deben regir. Pero también tenemos debates apasionados y difíciles en los que vuelan filósofos, ironías, estadísticas y, sobre todo, argumentos, en esos temas en los que tenemos percepciones distintas de la vida. Nunca me he sentido irrespetado, y espero nunca haberla irrespetado como ser humano.
Que me disculpen los botafuegos, los dueños de la verdad, los que pretenden que todos tengamos el mismo dios que ellos, que abdiquemos de nuestra capacidad de pensar, pero me niego a aceptar como verdadero, válido y útil aquello que mi razón, los datos y el sentido común declaran falaz, falso e inútil. Eso no significa que deba destruirlos con mis palabras o inventar mentiras para desacreditarlos como personas. Jürgen Habermas me enseñó: “Un hablante que desea participar en un proceso de entendimiento debe plantear pretensiones de validez susceptibles de crítica y asumir la responsabilidad de ofrecer razones”. Los humanos no somos dioses que dicen siempre la verdad absoluta, y nadie nos puede tratar como tales.
Que quede claro: la libertad de expresión garantiza el derecho a hablar, no a tener razón. La opinión es libre, pero los hechos son sagrados. Te respeto, y puedo no aceptar y criticar vehemente y respetuosamente tu opinión. Hoy, cuando los ánimos están caldeados y nos jugamos nuestro futuro como país, cuando conocemos la tragedia que representa la manipulación y la violencia, necesitamos defender el derecho a opinar, pero también promover la responsabilidad de hacerlo con ética, humildad y compromiso con lo real.
@Plinero