Llevaba un buen rato sin pasar como pasajero por nuestro aeropuerto. La experiencia resultó decepcionante, pues no pude observar un avance significativo en su proceso de mejora con respecto a la última vez que lo utilicé. Persistió la impresión de desorden y descuido. Además del calor, que parece haberse vuelto inevitable, el proceso de inmigración y recibo de equipaje es de los más precarios que he podido experimentar: se lleva a cabo en espacios reducidos, con poca altura y sin el acondicionamiento debido. Una pobre imagen que no le hace justicia a la ciudad.
Tampoco es que se pida mucho. El tráfico aéreo de Barranquilla no es tan relevante, alcanzando apenas algo más de tres millones de pasajeros al año, muy por debajo de las ciudades colombianas con las que nos podemos comparar. Cartagena duplica esa cifra, y ni hablar de Cali o Medellín. En ese indicador estamos al nivel de Santa Marta, Pereira o San Andrés, aeropuertos que incluso en ocasiones nos han superado. Por lo tanto, nadie puede esperar que la ciudad tenga una terminal gigantesca, ni que movilicemos diez millones de pasajeros anuales. La idea sería adecuar un aeropuerto que responda a nuestra realidad, pero que lo haga brindando comodidad y funcionalidad.
El aeropuerto de Florianópolis en Brasil —con una población cercana al millón de habitantes—, puede ser un buen ejemplo. Inaugurado en el 2019, tiene caratráficocterísticas similares a las que necesitamos, dado que justamente alcanzó más de cuatro millones de pasajeros movilizados en el 2024. La gran diferencia con respecto al nuestro es que aquel ha sido escogido como el mejor aeropuerto de ese país y ofrece una experiencia muy agradable a quienes lo visitan. Se trata de un edificio de 49.000 metros cuadrados distribuidos en dos niveles, con líneas modernas, relativamente sencillo, terminado con acabados duraderos y en línea con la imagen que debe proyectar un aeropuerto internacional. Es notable el uso de la vegetación, que se integra al diseño, así como la disposición de amplias zonas abiertas con cubiertas que proporcionan sombra y confort. En suma, es una infraestructura que podríamos tener como referencia, al menos para tratar de hacer algo con lo que nos queda por ejecutar.
En Barranquilla y el Atlántico ya nos hemos dado cuenta de que las obras públicas pueden llegar a feliz término. Por eso, resulta llamativo que no haya sido posible consolidar un proyecto decente para nuestro aeropuerto, a pesar de que hemos contado por varios años con administraciones capaces y con buenos indicadores de ejecución. ¿Será entonces que el Cortissoz, para nuestro pesar, no constituye un buen negocio? Es difícil de entender.
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