Escuché, durante casi tres horas, el discurso del presidente el pasado 20 de julio.

Casi tres horas completas, sin pausas, sin intermedio, sin escape. Y cuando terminó, no sabía si había asistido a la instalación del Congreso o estaba escuchando al último Aureliano Buendía. Porque lo que escuché no fue un balance de gobierno sino un relato de realismo mágico. No se parecía al país que habitamos, sino a una patria donde el tiempo no pasa, pero los logros se acumulan por decreto.

Y es que yo, sinceramente, quiero vivir en ese mundo. En ese mundo, los bandidos se están reinsertando, las disidencias conversan en círculos de paz, y 662 municipios no registran homicidios. No importa que no sepamos ni siquiera cuales son ni que, según la Fundación Ideas para la Paz, los homicidios aumentaron un 10 % y los secuestros subieron 77 %. Lo importante es que, según el presidente, no matan a nadie.

En ese país paralelo donde el problema de la salud es del sistema, pero si uno se enferma no necesita padrinos: va al centro de salud más cercano, milagrosamente sin filas ni caos, y un médico lo recibe con estetoscopio y sonrisa. Allá no hay EPS quebradas, ni ambulancias que demoran más que una reforma, ni hospitales desfinanciados. La salud es universal, gratuita y casi mágica.

En ese universo, la economía crece con menos inversión, más salario y cero confianza empresarial. Aquí, el empleo aumentó en 1 millón, sí, pero por el rebusque. El agro, subió por el café, porque parece que la bonanza cafetera volvió, gracias a Dios. Pero no por mayor inversión en ella, ni créditos del Banco Agrario, ni fertilizantes a buen precio de Monómeros que, aunque escasos en la vida real, abundan en la imaginación presidencial.

Allá, el problema de las drogas no es el negocio criminal, ni el aumento en los cultivos, sino simplemente culpa de los consumidores del norte global. Aquí, Colombia concentra el 67,3 % de todos los cultivos de coca del planeta, 253.000 hectáreas de las 376.000 globales.

Yo quiero vivir allá. En esa Colombia mágica donde el presidente sufre gobernando, pero el resto vive feliz. Donde los problemas son mala prensa y la crítica, un atentado contra la esperanza. El problema es que yo vivo aquí. En el país donde el hambre no se mide en cifras, sino en platos vacíos. Donde la salud es una ruleta y la seguridad se negocia con los mismos que la rompen. Esto no es Macondo. Es Colombia. Y aunque Petro hable como si fuera el último Aureliano Buendía, la realidad nos golpea la puerta todos los días. Ojalá viviéramos en ese mundo, pero aquí seguimos intentando echar pa’ lante en este.

@miguelvergarac