Cada tanto, alguien propone una Asamblea Nacional Constituyente como si fuera una varita mágica y otra vez este tema está de moda porque esta vez parece ser una propuesta real del presidente Petro. Se presenta como la solución a todos los males del país: la corrupción, la injusticia, la desigualdad. Pero en el fondo, lo que más necesita Colombia no es una nueva Constitución, sino voluntad real para cumplir y reformar lo que ya existe.
Como litigante, he vivido en carne propia las falencias del sistema judicial. Las reformas que se han hecho en los últimos años han sido superficiales y tímidas. Verdaderos pañitos de agua tibia que no enfrentan los problemas estructurales. Mientras tanto, la ciudadanía sigue padeciendo una justicia lenta, desigual y cada vez más desconectada de su realidad.
Sí, se necesitan cambios urgentes. Por ejemplo, como siempre hemos criticado, en la jurisdicción disciplinaria de los abogados: hoy, quien nos investiga y acusa es también quien nos juzga. Esto vulnera principios básicos de imparcialidad. Es urgente crear mecanismos como el recurso de apelación para nulidades y las solicitudes de terminaciones anticipadas del proceso y hacer que la defensa tenga garantías reales dentro del procedimiento.
Otro aspecto que no da espera es en la Defensoría Pública. Hoy en día, los defensores públicos son tratados como de segunda categoría: trabajan con cargas desproporcionadas, muchas veces sin estabilidad, sin herramientas reales para ejercer su labor y con remuneraciones injustas. Esto, pese a que cumplen una función esencial en un Estado Social de Derecho y en el acceso a la justicia de los sectores más vulnerables.
Pero nada de eso requiere una Constituyente. Requiere voluntad, gestión, reformas legislativas y decisión. Una Asamblea Nacional Constituyente es una puerta gigante que puede volverse como abrir la caja de Pandora, no sabemos que pueda salir de ahí. No hay garantías de que se limite a reformar lo necesario, y sí muchos riesgos de que se aproveche para desmontar contrapesos, prolongar mandatos o reescribir derechos.
Colombia necesita cambios, claro que sí. Pero el fin no justifica los medios y menos, si no es necesario. Las Constituciones no se reemplazan por capricho, que no nos vendan la ilusión de una refundación nacional cuando lo que hace falta es cumplir y mejorar lo que ya tenemos. Hay mucho por corregir y modernizar, pero para eso no se necesita una nueva Constitución, se necesita responsabilidad política, altura institucional y, sobre todo, compromiso con la democracia.
@CancinoAbog