Estos últimos días, Colombia rozó de nuevo la tragedia. El intento de asesinato contra el candidato presidencial Miguel Uribe no solo es un atentado contra una persona, sino contra la posibilidad misma de construir país desde el disenso y la palabra. En lugar de debatir ideas, seguimos viendo cómo la violencia quiere marcar el rumbo del destino nacional.
¿En qué momento dejamos de asombrarnos? ¿En qué momento el desprecio por la vida se convirtió en parte del paisaje? Este hecho no puede pasar como una anécdota más. Debe sacudirnos.
Más aún cuando, según las autoridades, uno de los presuntos implicados es un menor de edad. ¿Qué ha fallado para que un joven termine en una red criminal que lo convierte en instrumento de muerte? La respuesta no puede ser solo policial. Es social, educativa, emocional, estructural. Hay una fractura en nuestra relación con el tiempo, con el esfuerzo, con la dignidad.
Vivimos en una época donde muchos jóvenes son orientados a buscar resultados rápidos: éxito sin estudio, ni preparación, dinero sin ética, poder sin propósito. Pero lo que se construye sin raíces se derrumba con el primer viento. Colombia no necesita jóvenes veloces, necesita jóvenes conscientes, formados, con un sentido de vida que no se compre ni se venda.reflexion
Y aquí es donde debemos hablar de elecciones. A un año de las presidenciales, estamos llamados no solo a votar, sino a elegir con conciencia. Cada voto puede ser un acto de respeto por la vida, por la justicia, por un país que merezca ser vivido. No podemos caer otra vez en la lógica del odio, del miedo o del mesías de turno. Necesitamos mirar con lupa a quienes quieren gobernarnos y preguntarnos: ¿valoran la vida?, ¿fomentan la división o la reconciliación?, ¿tienen visión o solo ambición?
No se trata de colores ni partidos. Se trata de principios. Se trata de futuro. Se trata de volver a sentir que Colombia nos importa, y que no podemos dejarla en manos de la violencia ni del desgano.
A los adultos, nos toca asumir que también hemos fallado si no hemos sido ejemplo. No basta con exigir respeto por la vida si nosotros mismos deshumanizamos al que piensa distinto, justificamos la corrupción o educamos con indiferencia.
A los líderes, les corresponde elevar el nivel del debate, dejar de fomentar odios y trabajar por un país donde ningún joven tenga que elegir entre la pobreza y el crimen.
Y a todos nosotros, como ciudadanos, nos toca despertar. Cuidar el país empieza por cuidar nuestras decisiones cotidianas, por involucrarnos, por no normalizar lo inaceptable.
Colombia no necesita más mártires. Necesita más conciencia. Más humanidad. Más proyectos de vida. Que este intento de asesinato no sea un punto más en la estadística, sino el punto de partida para mirar lo esencial: la vida, el respeto, el país que queremos dejarle a quienes vienen detrás.
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