La actualidad nacional, con sus vaivenes económicos, alertas constantes, llamados a consultas populares y a nuevas jornadas de huelga, convierte buena parte de los espacios de opinión en una relación monotemática. Sería fácil sumarse a ese caudal, colmado de avisos premonitorios, de complicaciones y perplejidades. Por eso resulta necesario alejarse de esos tópicos para dirigir la atención hacia otros asuntos, no como un acto de evasión ante la coyuntura, sino para preservar algo de lucidez: una profilaxis mental.
En momentos de inquietud —reales, imaginados o inducidos— hay gestos que ofrecen una forma discreta de claridad. Escuchar una obra conocida, releer un cuento, volver a una película que ya no sorprende, pero acompaña y divierte. No se trata de un llamado a la nostalgia: lo familiar, en lugar de entorpecer o condicionar el pensamiento, a veces lo ordena.
Vuelvo con frecuencia a ciertos discos. Obras de Pink Floyd, King Crimson o Yes, que nunca se agotan del todo. También a largas piezas de Mahler, de Philip Glass y de Miles Davis. Algunas grabaciones se han vuelto una forma de compañía. Repetir no implica dejar de escuchar o procurar un efecto de ruido blanco, al contrario, obliga a escuchar mejor. Cada regreso es una oportunidad para notar algo distinto, una variación mínima, un matiz escondido, una sensación que no entendíamos compatible con algo que suponíamos ya estudiado. No es necesario revivir una emoción, sino afinar los sentidos.
Con los libros ocurre algo similar. Hay cuentos de Borges que he leído muchas veces. Dado que la trama la conozco desde hace mucho, ya casi no me interesa lo que ocurre en ellos sino cómo están construidos, la filigrana del lenguaje, su arquitectura. Igual con Javier Marías. La cadencia de sus frases, su manera de sostener una intuición sin apurarla, la evidente ausencia de afán. También vuelvo a Tarantino, a Kubrick; ¿cómo no engancharse siempre con la primera secuencia de Inglourious Basterds o con la escena del duelo final en Barry Lyndon? No porque falten cosas nuevas, sino porque en esas repeticiones no hay ansiedad por el desenlace. Lo que importa es el trayecto, el alivio de lo probado.
Marco Aurelio escribió que la inteligencia libre de pasiones es una ciudadela, que nuestro ser constituye el reducto más confiable en el que podemos salvaguardarnos de las perturbaciones exteriores. Volver a lo que ya nos ha dado felicidad —unas notas, un texto, una escena— es parte de esa defensa. Una alternativa de resistencia tranquila para no dejarse arrastrar por la angustia de lo inmediato.
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