He estado sumido en la tarea de escribir un libro sobre esperanza y resiliencia. Todavía no tiene nombre. Estoy en el trabajo del orfebre que pule cada pieza con dedicación y lucidez. Este texto ha sido una oportunidad para comprender que la esperanza no es la certeza de que siempre se cumplirán nuestros deseos y caprichos, que muchas veces las fuerzas de la adversidad nos doblan y que no debe extrañarnos si en algún momento nos rompemos en mil pedazos. Eso sí, la esperanza es la seguridad de que siempre podemos seguir adelante, con nuevas adaptaciones, con cicatrices, pero restaurados.

Creo que, para ello, hay que volver al origen. Uno se restaura desde la constatación de lo que realmente es. Solo teniendo clara la esencia se puede decidir qué pedazos, de los que han caído al suelo tras la ruptura, pueden servirnos para seguir adelante y cuáles deben quedar ahí, para que la historia los cubra con su polvo silencioso.

En mi existencia, esa búsqueda de lo fundamental que soy me ha llevado a mi infancia, a mis primeros aprendizajes, mis iniciales miedos, mis héroes de carne y hueso que no tenían superpoderes distintos a los que la humanidad permite y que fueron mis tutores. Es volver al 21-99, la nomenclatura de mi casa materna. En ella encontré mis ideales, mis limitaciones, mis potencias y mis incapacidades. Y es volviendo a ella como puedo resistir con todas las fuerzas del corazón las contrariedades de la vida, doblarme ante lo que se me impone como un ejercicio de adaptación, aceptar que me he roto completamente y restaurarme con la confianza y la seguridad que me da el amor que siento y el que algunos me expresan a diario.

Sin volver allí, corro el riesgo de quedarme con lo accidental, lo inútil para este momento, las heridas abiertas y los dolores agudos producidos por las derrotas. Volviendo allí, puedo, desde lo que sé que soy, reconstruirlo todo y encontrar las ganas para seguir adelante, animado por el placer de vivir.

Todos tenemos nuestro 21-99. Y lo ideal sería que cada uno intentara encontrarlo para, sabiendo quién es, dar la batalla con alegría, firmeza y sabiduría. Es desde esa experiencia íntima, original, personal y genuina desde donde podemos ser sujetos de esperanza, exorcizando continuamente los demonios del pesimismo para sobreponernos a todo lo que la vida trae.

Miro a Alcy, que está aquí cerca, inmersa en una lectura en su Kindle, y le digo: Espero que este libro sea una inyección de esperanza para todo el que lo lea. Ella que lo ha leído desde su lente hipercrítico me dice: lo será. Hay que esperar a presentarlo en la Feria del Libro de Bogotá.

@Plinero