En tiempos de posverdades, noticias falsas y redes sociales que nada verifican, es conveniente, loable y sano que una empresa periodística proponga aplicarse un código de ética y consagre así la libertad y el derecho de sus receptores a la información.
Un código de ética periodística establece principios de conducta fundados en los valores de la profesión, respaldados por un compromiso: el de quienes son responsables del proceso de informar, incluidos directivos, columnistas, editores y reporteros de la empresa. El buen periodismo es una actividad pública que sirve y defiende los intereses democráticos, más allá de la adhesión a gobiernos, partidos e instituciones. A la luz de principios éticos, la información veraz será mantenida a salvo de toda intrusión, interés o poder público o privado, económico o político. Por eso las normas enunciadas en un buen código de ética no podrán jamás justificar la intervención de poderes que intenten forzar el cumplimiento de las obligaciones establecidas en el mismo.
Como las leyes, las normas de un buen código de ética han de ser para todos. Lo sugieren los mismos códigos: solo con mecanismos de autorregulación, no dependientes de la dirección de la entidad, podrá hacerse efectivo el tránsito moral hacia un periodismo que reivindique la libertad y garantice la responsabilidad social. Solo esto permite lograr la credibilidad de los receptores, el único y verdadero capital que puede atesorar un medio de comunicación. Para garantizar la actualidad de un código de ética y su observancia, podrá conformarse, en la entidad que lo convenga y lo aplique, una comisión, un comité de ética que asuma el compromiso de estudiar y moderar cualquier cambio sugerido o que él mismo proponga, además de los casos de conflicto ético sometidos a su consideración.
De modo que el compromiso de informar en forma veraz y responsable no es solo de reporteros y cronistas sino de editores, directivos y empresarios, es decir, de quienes forman parte del proceso productor de información en la entidad. Tanto la administración como la redacción de un órgano de comunicación han de compartir la misma filosofía empresarial y tener responsabilidades, definidas o por definir, en su código de ética.
La autorregulación es un instrumento de la responsabilidad que ayuda a garantizar la excelencia profesional. Por lo tanto, un verdadero código de ética no es un sistema de principios que se impone sobre la empresa ni sobre sus trabajadores. Es uno que se construye y se respeta entre todos.
No es bueno que los periodistas vendan publicidad, comercialicen programas o hagan relaciones públicas en simultánea con su desempeño periodístico. Un buen código de ética, por ejemplo, rechaza todo compromiso, regalo o privilegio que ponga en duda la independencia informativa de la entidad. Un buen código evita que sus funcionarios participen en juntas directivas, cargos o asesorías para otras empresas, porque podrían comprometer la independencia de su entidad.
Un buen código de ética obliga a diferenciar con claridad el material editorial del publicitario: los publireportajes, los infocomerciales, la publicidad política y/o los suplementos comerciales especializados.
Un buen código de ética supone condiciones laborales, medios e instrumentos adecuados que aseguren la calidad y la excelencia del trabajo profesional, su independencia y la de la empresa periodística.
Un código de ética podría consagrar también la llamada cláusula de conciencia, según la cual todo periodista tiene la obligación y el derecho de actuar, informar u opinar de acuerdo con su conciencia y no ser sancionado por ello. Un buen código de ética obliga a una permanente reflexión sobre las normas que propone y acata. La buena fe es, sin duda, otro de los valores que propugna.