En el punto más álgido de mi adolescencia, mi madre desesperada me decía: “¡Por eso se llama adolescencia, porque adolecen de todo, de sentido común, de instinto de preservación!” La descripción se extendía y tenía variantes, de acuerdo a mi torpeza de la semana. Siempre admiré a mi madre, pero hoy la admiro más, como suele suceder cuando uno llega a la adultez y entiende la inmensa paciencia que le tuvieron a uno. Pero sobre todo, cuando uno es padre y ve acercarse con temor, la adolescencia de sus propios hijos.
La libre asociación de adolescencia con adolecer, a pesar de ser errónea desde lo etimológico, resulta bastante acertada desde lo asociativo. La adolescencia trae consigo una serie de cambios psicológicos y físicos que no son fáciles de sobrellevar. Libramos una lucha tremenda por la construcción de una identidad. Vivimos, durante varios años, un proceso de autoafirmación que nunca está exento de conflictos y resistencias.
No sé cuántos compatriotas tengan realmente claro que lo que está en juego hoy en nuestro país, es la superación de nuestra adolescencia como nación. Los apocalípticos por placer o por interés, se deleitan vendiendo la idea de un caos absoluto, cuando lo que realmente estamos presenciando es la apasionante y necesaria lucha intestina de un país por madurar. Actualmente debatimos, en muchos frentes, si podemos convivir sin matarnos, sin excluir ni marginar. Si somos capaces de perdonar, de entender y aceptar las diferencias. Si es posible deponer tanto egoísmo para buscar conjuntamente el bienestar común. En últimas, si Colombia es un país viable.
Sin embargo, nuestra condición de pubertos nos traiciona. Sufrimos de crisis de oposición, desarreglo emotivo, imaginación desbordada, narcisismo, sentimientos de inseguridad y angustia, miedo exagerado al ridículo y depresiones que se alternan con la euforia. Las discusiones más importantes de nuestra realidad nacional se sostienen en clave de melodrama, en medio de alaridos, lágrimas y tiradas de puerta. Y por supuesto, los “culebrones” tienen rating y mantienen a los espectadores ocupados en lo intrascendente.
Sueño con una Colombia sin acné, sin ese detestable bozo que nos gradúa como imberbes. Una nación a la que no se le “salgan los gallos” cada vez que quiere hablar de un tema serio. Hagamos todos el esfuerzo. ¡Maduremos, por favor!
@boberbokel


