De maniáticos está lleno el mundo. Así como hay personas que tienen la manía de mirar bajo la cama antes de acostarse, hay otras, maniáticas del orden, que no pueden ver nada fuera de lugar, y otras que lo son de la puntualidad, pues llegan a las citas antes que los mismos anfitriones. Así podríamos seguir indefinidamente enumerando manías. Pero, con los avances tecnológicos, han surgido nuevas manías, propias de la era moderna. Una de las más comunes hoy día es la ‘fotomanía’, que consiste en tomarle fotos a todo. La gente no puede ver algo sin tomarle, no una, sino infinidad de fotos. Todo, todo se retrata. Ya nada ni nadie se escapa de una foto. Foto del perro que irrumpió en la misa. Foto de la avispa que le picó la nariz. Foto de lo que se están comiendo. Foto de la cucaracha que mataron en el baño y por cuya culpa se dieron una caída. Foto del brazo enyesado. No hay duda de que es una diversión sana y que a veces resulta muy útil, pues se presta para delatar a alguien o registrar algún suceso importante, pero la mayoría de esas fotos, que no se imprimen, se pierden en las entrañas del computador –si es que las pasan a ese aparato–. Los niños que nacen ahora no van a tener un álbum con fotos como las que les tomaban Manco, Tepedino, Grimaldi, Scopell o la Foto Leo, con las nalguitas al aire, la cabeza erguida y la boquita entreabierta, acostados boca abajo sobre un cojín de terciopelo rojo. Y no van a saber cómo eran cuando niños. Antes, las fotos se imprimían y se conservaban para la posteridad. Pasaban de generación en generación y eran parte de la historia. Hoy son flor de un día, pues en esa maraña de fotos virtuales sería imposible encontrar alguna que hubiese sido tomada años atrás. Son solo ‘lo que el viento se llevó’.
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