Vivimos un momento político único en que las instituciones han hecho agua de mil maneras diferentes y los poderes en sus tres ramas fundamentales ofrecen un espectáculo bochornoso de antidemocracia, con funcionarios, togados y congresistas untados hasta la madre de la corrupción nacional, que nos viene confirmando que es realidad que estamos en una narcodemocracia.

No es un domingo para abstener y dejar ejercer un derecho y cumplir una obligación ciudadana, puesto que el voto es nuestra verdadera arma para combatir lo que tanto nos asombra y disgusta cuando nos vamos enterando, es el gran momento de expresión de nuestros sueños y reclamaciones y, sobre todo, nos convierte en martillos para los clavos ruinosos, oxidados, inútiles que van al Congreso para obtener beneficios personales. Todos conocemos en nuestra región quiénes son los que solo ofrecen dádivas y soluciones parciales a los problemas porque no tienen un programa ni propuestas concretas de trabajo, esos que a punta de frases vacuas pero efectistas negocian con las necesidades del pueblo raso y con la avaricia e indecencia de quienes son sus contratistas, intermediarios y mascarones de proa en las inversiones estatales.

No es una elección para practicar el sagrado voto en blanco, resérvense para la presidencial, donde sí causará un efecto demoledor; pero este domingo, los necesitamos votando por personas limpias sin historial turbio, personas que abrazan la carrera electoral porque sí quieren cambio y saben que es el legislativo el que mayor necesidad de renovación requiere. Allí están enquistados por 40, 20, ocho años especialistas en negociar para favorecer solo a su clientela, políticos a quienes no se les conoce la voz y menos un proyecto de impacto. Nos corresponde a los ciudadanos cortarles el paso y elegir a quienes han probado que sí luchan por el bienestar general y no tienen maquinaria en las entidades del Estado.

Este domingo nueve de marzo puede ser histórico si los abstencionistas cambian su decisión de quedarse en el ‘importaculismo’ y demuestran su indignación votando a las minorías y movimientos que defienden específicos derechos como las negritudes y los indígenas. No hay que votar solo por los de la ciudad, se debe escoger Senado en circunscripción nacional, sin chauvinismos folclóricos, y buscar la Cámara menos contaminada. Pero hay que votar, mis amores, esa es la única consigna que propongo: voten, por programas y personas, no por partidos ni con actos de fe en el jefe de la colectividad.

No veo posible otra coyuntura igual, cuando desde la entraña misma de los poderes e instituciones públicas de todo orden han mostrado su corrupción, han pelado el cobre de su indignidad para ocupar posiciones que determinan el destino de nuestras vidas, de la Nación y el Estado. Es hora de cambiar y lo podemos lograr si asumimos la vital importancia que tiene nuestro voto: hoy, ¡todos a decidir en las urnas!

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