Parecía todo echado a la suerte. Se había perdido la brújula. Todo era más oscuro que claro. Más Albiceleste que Tricolor.
Pero –cuando el chileno Roberto Tobar se preparaba para hacer sonar su silbato por última vez-, cuando había más caras largas que rostros sonrientes, más impotencia que optimismo y más desilusión que fe, las calles de Barranquilla, en el momento menos esperado, explotaron de júbilo con un certero testarazo de Miguel Ángel Borja, un hombre de la casa, quien se encargó de poner el punto final a un drama con final feliz.
La película del juego entre la selección Colombia y Argentina fue toda una montaña rusa de emociones para los simpatizantes de la Amarilla que, con el permiso de las autoridades, salieron a las calles, bares, restaurantes, estaderos y hasta el estadio Metropolitano Roberto Meléndez (un grupo muy reducido), para volver vivir –con todos los condimentos que ellos conlleva- un partido correspondiente a la Eliminatoria Sudamericana.
La fiesta se vivió desde temprano. No importó el incesante, pero liguero sereno que cayó en varios sectores de la ciudad por gran parte de la tarde-noche.
El objetivo era gozarse la previa, el cotejo y el postpartido y, al final, se cumplió. Eso sí, esta vez – a diferencia de otras jornadas- en la capital del Atlántico no se vieron aglomeraciones en cada esquina.