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En Colombia, el rostro de la malnutrición ha cambiado. Ya no es solo la imagen del niño con bajo peso y carencias. Hoy, este estado también se manifiesta en cuerpos con exceso de peso, en adolescentes que consumen más bebidas azucaradas que agua, en adultos con enfermedades crónicas silenciosas y en niños que no pueden concentrarse en clase tras el recreo por culpa de un “pico de azúcar”.

Este espectro amplio de desequilibrios nutricionales es el que aborda la corporación Red PaPaz, la cual recomienda enfrentar el problema desde su raíz: “La malnutrición va desde la desnutrición hasta el sobrepeso. Es un abanico amplio de deficiencias y excesos que están afectando gravemente la salud pública del país”, dijo Lina Cerón, coordinadora de proyectos de alimentación sana.

Y los datos respaldan la gravedad. Un estudio reciente que analizó información de más de 184 países ubicó a Colombia como el número uno en desarrollo de enfermedades del corazón relacionadas con el consumo de bebidas azucaradas, superando a México y Estados Unidos.

En Barranquilla, de acuerdo con la Alcaldía distrital, el 25 % de los hogares en la ciudad padecen inseguridad alimentaria. Además, el 19 % de niñas y niños entre los 5 y 12 años presentan exceso de peso.

Transformar los entornos

Actualmente, en la Comisión Séptima del Senado, se están gestando dos proyectos de ley que prometen cambiar la forma en que niñas, niños y adolescentes se relacionan con la comida. Se trata de las iniciativas legislativas 306 y 313, conocidas como la Ley de Niñez y Comida Chatarra y la Ley de Escuelas con Alimentación Real, respectivamente.

“Ambas propuestas buscan proteger a la infancia de la influencia constante y nociva de la publicidad de productos ultraprocesados porque no son alimentos, y devolverles el derecho a crecer en ambientes alimentarios saludables, con productos reales, locales y tradicionales”.

Uno de los objetivos es promover mensajes de bien público, es decir, campañas masivas que incentiven el consumo de alimentos reales y mínimamente procesados. “¿Por qué no podemos ver en televisión un comercial que nos invite a comer ñame, corozo o lulo? Eso también es cultura y salud”, dice Cerón.

Otro de ellos es restringir la publicidad dirigida a menores. El foco está en niñas, niños y adolescentes, quienes hoy reciben constantemente mensajes en televisión, radio y plataformas digitales que asocian productos ultraprocesados con figuras admiradas: futbolistas, influencers o personajes de moda. “No es normal que una caja de cereal venga con el muñequito de la última película de Disney. No es normal que se usen figuras como Linda Caicedo para vender chocolate en polvo. No es normal que lo que te lleve a escoger un producto sea el juguete que viene adentro”.

Además, se busca sacar la publicidad chatarra de los entornos físicos: colegios, parques, rutas escolares. Lugares donde los menores están expuestos de forma constante. “La meta es permitir que niños y adolescentes tomen decisiones libres e informadas sobre su alimentación”.

Escuelas libres de comida chatarra

El segundo proyecto, el 313 (Ley de Escuelas con Alimentación Real), busca transformar las tiendas escolares en espacios donde se ofrezca comida verdaderamente nutritiva y culturalmente cercana. “No estamos diciendo que no puedan comer empanadas o galletas. Lo que buscamos es que esas empanadas estén hechas con aceite de buena calidad, que las galletas tengan una preparación lo más saludable posible”.

El enfoque está en recuperar lo artesanal, lo casero, lo propio: la arepa con queso, el envuelto, el jugo de corozo, el salpicón. Incluso el patacón con hogao puede formar parte de una dieta sana si se prepara con criterios adecuados. Ambos proyectos coinciden en que la alimentación de niñas, niños y adolescentes no puede estar sujeta al mercado ni a las estrategias de marketing de grandes marcas. Debe ser protegida como un derecho fundamental. “La niñez debe alimentarse de comida real, no de ultraprcesados”.