Cada día que pasa y se acerca el fin de su mandato, Gustavo Petro se quita la máscara de gobernante respetuoso de los valores democráticos y se pone la de autócrata capaz de imponer su voluntad –y sus caprichos– por encima, inclusive, de los otros poderes del Estado.
La excusa, como ocurre con todos los autócratas, es la “voluntad popular”. “El pueblo es nuestro jefe y estamos obligados a hacer su voluntad. Estamos a su servicio”, exclamó Petro en la Plaza de Bolívar el pasado primero de mayo, mientras desenvainaba la espada de Simón Bolívar, rodeado de algunos de sus ministros y otros funcionarios del Gobierno.
Aunque es economista, los números no son el fuerte de Petro. Una simple operación matemática indica que 18 millones de votos –que fue la votación total del actual Congreso de la República– son mucho más que 11 millones de votos, que fue la votación de Petro en la segunda vuelta presidencial, cuando derrotó a Rodolfo Hernández. Si los votos son la expresión de la voluntad del pueblo, entonces el Congreso tiene más “pueblo” que Petro, algo que Petro no acepta, puesto que considera que los votos de “su pueblo” tienen más valor que los votos del “pueblo” que eligió al Congreso.
El discurso del primero de mayo en la Plaza de Bolívar de Bogotá resultó particularmente intimidante y violento. Petro no se midió a la hora de amenazar a los congresistas: “Aquellos senadores que voten no a la consulta popular son unos HP esclavistas. (…) Y entonces en una sesión del Senado, a media noche, votarán para decir no a la consulta. El pueblo de Colombia se levanta y los revoca”, exclamó Petro ante los asistentes a la Plaza de Bolívar.
El tono intimidante de Petro –contra el Congreso de la República– muestra el talante de un gobernante no solo intolerante ante la crítica, sino –sobre todo– ajeno a los valores democráticos. Ante la peligrosa arremetida de Petro, los congresistas no se pueden dejar intimidar y en el caso de la consulta popular –radicada el pasado primero de mayo en el Senado– votar no también es una opción. Sería muy grave que las amenazas de Petro vulneren la autonomía y las convicciones de los senadores. Ello indicaría que estamos en presencia de un Congreso pusilánime, incapaz de estar a la altura de las responsabilidades que demandan sus electores y la democracia.
Sin recato alguno, Petro utiliza la figura de Bolívar para seducir adeptos a su causa política y electoral. Así quedó evidenciado en la Plaza de Bolívar. Al igual que Chávez en Venezuela, Petro en Colombia cree que El Libertador le ayudará a seguir ganando batallas. Desenvainó su espada para que guiara al país hacia la justicia, es decir su justicia, porque para Petro la única justicia que vale es la que le favorece. Que lo digan los magistrados del Consejo de Estado y la Corte Constitucional cuyos fallos se los han pasado por la faja Petro y sus ministros.
Después del discurso de la Plaza de Bolívar el primero de mayo, es evidente que el Petro agitador sepultó al Petro soñador, que invitaba al mundo a Colombia, el país de la belleza y de la vida. El nuevo Petro solo habla de muerte: libertad o muerte es su consigna. “Libertad o muerte”, como gritaban Fidel Castro y sus “barbudos” en la Sierra Maestra, mientras se dirigían a La Habana, para derrocar al dictador Fulgencio Batista. Años después, Hugo Chávez también gritaba desde el balcón de Miraflores en Caracas: “¡Revolución o muerte…!”. Petro –al igual que ambos– también ofrece muerte, si no hay –según él– libertad o revolución.
En sus delirios, Petro no solo rememora a Castro y Chávez, sino que pretende reencarnar a Bolívar declarándoles la guerra a los españoles, usurpadores y tiranos. Para ello se vale de su bandera y de su espada, símbolos manoseados y manipulados por un Petro resuelto a jugarse sus restos.
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar Petro en su afán por imponer su voluntad? ¿Cómo enfrentar a quien no respeta la separación de poderes y abusa de su condición de jefe del Estado?
Soluciones no, solo carreta pura y dura
En la Plaza de Bolívar de Bogotá, Petro se puso la camiseta que mejor le calza y la que más disfruta: la de agitador profesional. Cuando se trata de “mover las masas”, Petro está en primera línea. Lo suyo es el discurso incendiario y las palabras groseras cargadas de odio y resentimiento.
Petro es el agitador del curso, que suele ser pésimo estudiante, el más vago y mediocre, pero también el más intimidante. Así se comporta. Está visto que en lo único que Petro es experto es en encontrarle un problema a cada solución. Punto.
Jamás ha ofrecido una salida viable, basada en cifras o evidencias científicas. Lo suyo es la carreta pura y dura. Petro solo ofrece incertidumbre y caos. Por ello no ha sido capaz en tres años de gobierno de solucionar uno solo de los graves problemas del país. Ni uno solo.
Todo lo contrario: lo que venía funcionando bien, aunque necesitando ajustes, como la salud, lo convirtió en un grave problema, como lo muestran las recientes encuestas. Petro dinamitó el sistema de salud y hoy millones de colombianos están pagando las consecuencias de su comportamiento demencial.
Un gobierno sordo al clamor del sector energético
Mientras Petro agita las masas en busca de votos para su consulta popular, el país sigue al garete. Es lo que ocurre –por ejemplo– con la seguridad energética.
Hoy es evidente un apagón financiero tanto de las generadoras como de las comercializadoras de energía. Pero el Gobierno, en lugar de buscar solución a ese gravísimo escenario, lo que hace es meterle candela. Así quedó demostrado con la destemplada respuesta del ministro Edwin Palma a las advertencias del presidente de Andesco, Camilo Sánchez.
En su miopía ideológica, el ministro cree que todo obedece a una estrategia política y electoral contra Petro. ¿Y los millones de usuarios que están en riesgo? Pues que se “mamen” el apagón, pensará Palma. Las advertencias de los gremios del sector energético no son de ahora.
Lo que ocurre es que la decisión del Gobierno nacional de no pagar los subsidios, la opción tarifaria y las deudas de las entidades públicas –todas tomadas por Petro– puso contra las cuerdas al sector. En lugar de pagar la multimillonaria deuda, que supera los 3.1 billones de pesos, Palma se despacha contra quienes aún siguen prestando el servicio, aunque no tengan un centavo en la registradora.
¡Lo que faltaba: Irene Vélez en la Anla!
La ofensiva de Petro contra el sector productivo energético no para. Poco o nada le importa al presidente de la República las consecuencias que ello tiene en muchas empresas y en cientos de miles de familias, que se ven afectadas por su visceral desprecio por el sector más importante de la economía nacional.
La exploración de hidrocarburos seguirá suspendida. Mucho más ahora que puso al frente de la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla) a la innombrable y tristemente célebre ex ministra de Minas y Energía Irene Vélez.
Es apenas obvio que en sus manos las licencias ambientales pasarán a dormir el sueño de los justos, mientras el país continúa rumbo al despeñadero, en lo que tiene que ver con la exploración de gas y de petróleo. Es decir, continuará la caída de la producción nacional y seguirá el éxodo de compañías extranjeras interesadas en explorar y explotar gas y petróleo. Y ello significará más desempleo y más hambre, en especial en la región Caribe.
Pero –está visto– nada de eso preocupa a Petro, puesto que su mayor interés es sacar adelante su consulta popular, como quedó evidenciado en la Plaza de Bolívar.
¡Increíble: ni un minuto de silencio de Petro ante asesinatos de nuestros soldados y policías…!
Mientras Petro –sin vergüenza y con descaro– desenvaina la espada de Bolívar, el país se descuaderna cada día más. El Clan del Golfo sigue aplicando su macabro ‘plan pistola’, asesinando policías y soldados a lo largo y ancho del país.
Como de forma patriótica lo mostró EL HERALDO, al interpretar el sentir nacional, a nuestros uniformados “los están matando”, sin que Petro haga absolutamente nada. Su indolencia con nuestras Fuerzas Armadas es preocupante y clama al cielo. Como es posible que en su discurso en la Plaza de Bolívar, Petro haya ignorado por completo a nuestros soldados y policías. Ni un minuto de silencio fue capaz de ordenar en memoria de quienes están siendo asesinados por garantizar nuestras vidas.
Más de 30 uniformados acribillados no han conmovido al presidente de la República, quien es también jefe del Estado y comandante supremo de nuestras Fuerzas Armadas. Al parecer, la espada de Bolívar desenvainada no la piensa utilizar para combatir a quienes asesinan todos los días a nuestros uniformados. Triste tener que decirlo, pero es la verdad.