El Mar Mediterráneo se ha convertido últimamente en una fosa común para miles de africanos que intentan cruzar este cuerpo de agua con el propósito de escapar de una cruda realidad económica en sus países, y en busca de una mejor vida para ellos y sus familiares. Las razones de este éxodo masivo de jóvenes, cuya única esperanza es su fuerza de trabajo, hunde sus raíces en la historia de los pueblos
africanos.
Parece exagerado, pero todo comienza en 1492 con el descubrimiento de América y la traída forzada de millones de negros africanos que habitaban en las costas de África. La intención era obligarlos a realizar labores de minería y a sembrar plantaciones en el nuevo continente.
Esta trata de humanos produjo muchos dividendos económicos a las potencias europeas de la época, tales como Gran Bretaña, Francia y Bélgica, cuyo colonialismo dejó un panorama desolador en las poblaciones africanas autóctonas. Así, se rompieron para siempre los lazos familiares, sociales y económicos creados y mantenidos durante miles de años en aquel continente. Todo esto dio inicio a la decadencia y destrucción del modo de vida tradicional de las tribus del llamado continente negro.
Exploradores europeos, filántropos, como David Livingstone; y expedicionarios científicos o militares, como Henry M. Stanley, atrajeron la atención de las otras potencias europeas, entre ellas Gran Bretaña y África. Mucho más, tanto que tuvieron el apoyo de la Asociación Internacional Africana, la cual había sido fundada por el rey Leopoldo II de Bélgica, quien exploró toda la cuenca del Congo. Lo anterior, sumado a otras circunstancias, originó disputas territoriales a tal punto que el canciller Bismarck se convirtió en árbitro y, por tal motivo, se convocó la famosa Conferencia Internacional en Berlín en 1884.
A la conferencia de Berlín fueron invitados 12 Estados europeos, Estados Unidos y el Imperio Otomano; es decir, se ignoraron a las naciones africanas, ya que la participación de Leopoldo II, en representación del Congo belga, no cuenta, pues era juez y parte del conflicto. En la reunión se fijaron los límites del Congo francés y de los enclaves portugueses. Así mismo, la reafirmación del dominio europeo en África mediante la colonización que se estableció con el pretexto de la libertad de comercio y navegación de los ríos Níger y Congo. Tal concepto fue apoyado por los Estados Unidos y Alemania.
Los británicos deseaban dominar desde Egipto hasta el Cabo; y los franceses, desde Senegal a Somalia; o sea, del Atlántico al Índico. Y todo, bajo la bandera de que los estados europeos, de acuerdo con la Conferencia de Berlín, se comprometerían a 'instruir a la población y hacerles comprender las ventajas de la civilización'.
Las potencias esclavistas europeas agregaron otra desgracia más a las desdichas africanas: el colonialismo. Durante décadas, Gran Bretaña, Francia, Bélgica y hasta Alemania, se dedicaron, exclusivamente, a explotar y exportar las riquezas minerales y agrícolas de los países bajo su dominio, sin dejar nada a cambio a los pueblos dueños de las mismas. ¿Consecuencias? Pobreza, desolación e irreversibles daños ambientales, y pueblos sumidos en el analfabetismo total.
Irónicamente, los únicos que prestaron resistencia al colonialismo fueron los islámicos bajo el mando de Samory Turé, caudillo de un imperio que se extendió hasta el año 1870 por el alto valle del Níger; Ahmadu Seku, fundador del imperio en el interior de Senegal que había heredado de su padre al–Hajj Umar. Por su parte, en Sudán, resistió Mohammed Ahmad ibn Abd Allah, considerado en su tiempo restaurador del islam sobre la tierra. En 1881 había constituido un ejército que derrotó a los británicos y se mantuvo hasta 1898. Igualmente, Tippu Tip, que fundó un reino en el alto valle del río Congo hasta 1894.
Más tarde, Europa no escatimó esfuerzos en dejar en el poder a dictadores despóticos como Idi Amin Dada, en Uganda; Mobutu Sese Seko, en la antigua Zaire; Jean Bedel Bokassa, en la República Centroafricana; Teodoro Obiang Nguema, en Guinea Ecuatorial; y el conocido como ‘dictador dinosaurio’ –por su largo periodo de tiempo en el poder– Omar Bongo, en Gabón. Los colonialistas también utilizaron la figura del apartheid, en África del Sur, con el propósito de seguir expoliando al continente africano. El asesinato político y largos encarcelamientos no fueron extraños en esta carrera neocolonialista por mantenerse en África.
¿Lucha inútil?
Como era de esperarse, en algún momento los pueblos despertarían de la horrible noche. Efectivamente: tras años de lucha lograron derrotar al colonialismo. No obstante, los europeos no abandonaron África sin antes asegurarse la continuidad en la explotación, a sus anchas, de las riquezas de su subsuelo.El final del colonialismo era inatajable. Entonces, Gran Bretaña, Francia y Bélgica, sobre un mapa y regla en mano, dividieron el territorio africano en nuevos países independientes.
De esta manera, dejaron a la cabeza de los nuevos entes territoriales a dirigentes afines con los antiguos colonialistas. Estos se aseguraban, así, el acceso fácil a las minas y tierras de África.
Destino incierto
Occidente se horroriza ante el constante naufragio en el Mediterráneo de frágiles embarcaciones que trasladan a habitantes de África y Oriente Medio que huyen de las guerras civiles en sus países. La única frontera y la esperanza de vida para aquellas familias sin futuro es cruzar el Mediterráneo y lograr el asilo, si el destino permite que las pisadas lleguen hasta el territorio europeo. La trágica situación no parece invocar la reflexión en el seno de la Unión Europea, pues se diluye en la memoria colectiva la larga historia de desolación en África. Hoy, a través del Consejo Europeo y mediante el aumento del monto destinado a los fondos para la Misión 'Tritón' y del 'Mare Nostrum', desean atacar el síntoma y no el problema.
En el fondo, aspiran, en este 2015, a una Cumbre Europa–África; pero, sin dar soluciones concretas a la migración, desconociendo así que el aporte al desarrollo de los pueblos africanos es el mejor instrumento para detener la tragedia que se vive a diario en el Mediterráneo. Y no a través de una legislación como el Tratado de Dublín II que desconoce el origen de los problemas que se viven en África actual.