Por: Daniela Urrea Rojas
A veces los oficios más silenciosos son los que cargan las historias más largas. A simple vista, Rafael Morales podría parecer uno más entre tantos hombres que trabajan al sol y la lluvia del Centro de Barranquilla, pero su pequeña mesa de madera, su silla de batalla y su carpeta verde repleta de papeles cuentan otra cosa.
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Bajo el sol que a diario baña la zona céntrica de la ciudad, con el vaivén de abogados, vendedores y transeúntes locales y extranjeros, está Tutino, como todos lo conocen. Su verdadero nombre es casi un secreto bien guardado, porque desde pequeño –cuando jugaba fútbol con una bola de trapo en los barrios populares de la ciudad– el apodo lo marcó para siempre.
Zurdo de nacimiento, se ganó su apodo en las canchas y aún lo conserva en los alrededores del Centro de Servicios Judiciales, el lugar al que ha llegado durante las últimas cuatro décadas, donde lo buscan a diario quienes necesitan una carta, un documento legal o financiero hecho a la antigua, con esmero y dedicación.
Teclas que resisten al tiempo
Mientras la ciudad –y el mundo entero– avanza a pasos agigantados hacía la digitalización, y la inteligencia artificial comienza a ocupar lugares que antes pertenecían al ser humano, ‘Tutino’ se mantiene firme entre hojas y tinta, ofreciendo a diario un servicio que parece resistirse al olvido. Es gestor tributario o tinterillo, como es conocida su labor en el día a día de los juzgados y las oficinas contables.
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Lo cierto es que se dedica a redactar documentos legales, balances contables, de comercio y transcribir papeles de cualquier índole, además de brindar asesoría desde el conocimiento que “Dios y el pasar de la vida le han dado”.
Cumple día a día su labor, ignorando, aparentemente, la silenciosa eficacia de los algoritmos, que en cuestión de segundos realizan la labor que para él, se hace cada vez más ruidosa y tardada gracias a su vieja máquina, que más que una herramienta parece una compañera que lo sigue fielmente desde el primer día que plantó su puesto en aquel lugar.
El hombre tras el teclado
Tiene 63 años, –modelo 52, como él dice–, pero su rostro habla más de vivencias que de edad.
Desde hace casi 45 años ocupa el mismo puesto de trabajo. No está en una oficina con aire acondicionado, sino en medio de la calle, donde pasan todos y se detienen algunos.
Se levanta todos los días a las cinco de la mañana. Llega a su sitio a eso de las 8:30 a. m., trabaja hasta el mediodía, almuerza y –cuando puede– descansa un poco, para luego volver a su rutina hasta las cuatro y media. Así es su jornada, sencilla, constante y tranquila, como él.
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“Un día normal pueden venir dos, tres, a veces hasta cuatro clientes. Lo que más me piden son documentos de Cámara de Comercio, estados financieros... También me consultan cosas legales o contables. Yo los oriento con lo que sé”, contó con la voz tranquila de quien no corre detrás de nada, ni se preocupa por el pasar del tiempo.
No entiende mucho de tecnología –y tampoco le interesa–; no está en sus planes modernizar su oficio, pues para él “las cosas deben hacerse bien y a su manera”. Sin mencionar que es su forma de rendir homenaje a su maestro, don Carlos, la persona que lo llevó a ese punto, que años después se convertiría en su segundo hogar.
Y es que Carlos, un hombre algunos años mayor que Rafael, quien vivía del mismo oficio, fue quien lo convenció de poner su puesto en el Centro –junto al suyo– y le enseñó todo lo que sabía.
Hace pocos años murió, pero dejó su labor más que viva a través de su colega y amigo, quien hoy lo recuerda con cada golpeteo metálico de las teclas de aquella máquina de escribir.
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Detrás de esa máquina que suena como un reloj antiguo, hay un hombre de 63 años que guarda historias de lucha: “Yo soñaba con ser cantante y futbolista. Jugué en la Selección Atlántico, en la Concord de Malambo y en la Magdalena; pero la vida me llevó por otro camino”.
‘Tutino’ es contador de oficio y, desde hace casi medio siglo, este puesto frente al Centro de Servicios Judiciales ha sido su lugar de batalla.
Pero su vida no ha estado marcada solo por los papeles, las cifras y el fútbol. La música ha marcado el ritmo de sus días. Al son de la salsa –su género favorito– baila y canta cada que el cuerpo se lo pide.
Rafael tiene tres hijos, por quienes vive y responde solo desde hace muchos años cuando quedó viudo. A día de hoy tiene siete nietos, quienes lo llenan de orgullo. Cuando no está escribiendo, ‘Tutino’ se dedica al hogar. Cocina, lava y arregla lo que haya que arreglar.
“Cumplo con todas las labores normales de un hogar”, dijo mientras sonríe y deja ver ese brillo en los ojos de quien se sabe útil, de quien ha dado todo por los suyos.
“Mi esposa me dejó cuando mis hijos estaban pequeños. Desde entonces he sido padre y madre. A todos les di estudio, los saqué adelante yo solo. Hoy en día todos son profesionales y viven bien. Eso es lo más importante”, mencionó al tiempo que sus dedos ágiles ajustan el papel carbón con el rodillo de esa máquina que con teclas cansadas y cuerpo curtido, ha vivido tanto como él. Y como él, sigue cumpliendo su oficio con dificultad aparente.
Vive con uno solo de sus hijos, los otros dos están residenciados en Panamá, cada uno con su propia familia, pero no deja de hablar de ellos como si de un par de pequeños se tratara. Es un hombre de hábitos y de calma, acostumbrado a hacer mucho con poco y a vivir agradecido con lo que tiene.
Lo que hace ‘Tutino’ no aparece en ningún noticiero. No da discursos, no busca fama. Pero su mesa en la calle se ha vuelto una especie de oficina y punto de referencia: una esquina de confianza, de orientación, de saberes acumulados con el tiempo y con la vida.
No es que su historia sea extraordinaria en lo aparente, pero sí lo es en lo que representa. Se trata de una vida de esfuerzo, de constancia, de responsabilidad sin estridencias. Una historia de alguien que supo poner su conocimiento al servicio de los demás, sin abandonar sus formas ni su identidad.
Así lo expresa Margarita Forero, cliente y amiga de ‘Tutino’ desde hace más de veinte años.
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“Tuti es más que un gestor, él te brinda una asesoría desde lo que hace, te explica por qué y para qué”, agregó.
Y es que, en medio de una ciudad que olvida rápido, personajes como ‘Tutino’ sostienen con humildad los valores que no deberían perderse: el compromiso, la palabra, la familia, y el trabajo bien hecho, desde lo que se sabe sin importar la presión externa.
En la esquina donde trabaja, pasan cientos de personas al día. Algunos lo saludan con confianza, otros se detienen a conversar, y unos cuantos se van agradecidos por una asesoría, un papel bien diligenciado o simplemente un buen consejo.
Allí, en su rincón del Centro, ‘Tutino’ sigue resistiendo al tiempo. Su máquina es un puente entre el pasado y el presente. Y aunque la modernidad haya traído computadores, impresoras y trámites digitales, él persiste, porque sabe que en cada tecla que pulsa hay una historia que aún merece ser contada en papel.