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Margo Glantz es autora de más de cincuenta libros entre novelas, cuentos, ensayos y críticas. AFP
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“Las redes sociales son peores que lo imaginado por George Orwell”: Margo Glantz

Margo Glantz es una de las escritoras y académicas más destacadas de México. En esta entrevista, Glantz habla sobre su último libro ‹Y por mirarlo todo, nada veía›, el peligro de las redes sociales y su manera de concebir la literatura.

*Por Fabián Buelvas

El próximo lunes 26 de noviembre, la escritora mexicana Margo Glantz (1930) recibirá en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara la Presea Sor Juana Inés de la Cruz, una distinción que entrega la Universidad del Claustro de Sor Juana a aquellos personajes que han contribuido al desarrollo cultural de México. Desde Las mil y un calorías: novela dietética (Premiá, 1978), Glantz ha venido construyendo una obra fácilmente calificable como experimental, es decir, aquella que cabe en las habituales divisiones por género de las librerías.

Durante más de cuarenta años, ha escrito novelas y cuentos en los que hace de su biografía la actualidad del mundo, y de sus críticas literarias, un entramado ficcional tan original como inquietante. Glantz ha observado que su literatura fragmentaria guarda similitudes con la arquitectura de Twitter y Facebook, pero mientras ella busca «construir desde la fragmentación», en las redes sociales la fragmentación es la característica principal de una comunicación que parece no ir a ninguna parte.

Desde su experiencia como usuaria y crítica de las redes sociales, Margo Glantz escribió Y por mirarlo todo, nada veía (Sexto Piso, 2018), un bello y extraño libro que, a primera vista, se asemeja a la avalancha de noticias banales e inconexas tan propias de las redes sociales, pero que pronto se revela como un texto en clave biográfica con el que la autora pretende ordenar el caos.

P.

La composición de Y por mirarlo todo, nada veía es extraña: a primera vista parece una saturación de noticias. ¿Cómo convierte uno tanta información en literatura?

R.

 Llevo siete años en Twitter y casi trece en Facebook. Me acerqué a estas redes sociales con una conciencia crítica, queriendo saber qué sentido tenían. Al usarlas me fijé que tenían ciertas coordenadas muy interesantes de analizar y que la gente, por la frecuencia con que usa estos medios, no se pregunta por estos. Desde que entré a Facebook me pareció muy curiosa y preocupante la forma cómo los usuarios aceptaban la autoridad de la red a partir de sus preguntas totalmente organizadas: advertí que la gente respondía de una manera sumisa. Así empecé a trabajar un texto que pensé en llamar Los estados, la respuesta al «¿Qué estás pensando?» de Facebook. Estuve cinco meses escribiendo estados, pero luego decidí que mejor haría una colección de frases y noticias que me parecían rescatables, algo que hago desde hace muchos años, pero que no había utilizado. En Twitter también comencé a ver noticias extraordinarias, en parte debido a la yuxtaposición de elementos que hay en esa red social, donde la gente lee cosas muy diversas casi que al mismo tiempo, lo que hace que sea muy difícil jerarquizar. La capacidad de jerarquizar es algo que se ha perdido con las redes sociales, así que quise hacer un alto en el camino, juntar frases y noticias, y empezar a hacer un libro con eso.

P.

Antes, la jerarquización de las noticias estaba dictada por las secciones del periódico o el noticiero. Ahora, las redes sociales permiten a las personas escoger qué información recibir, algo que fácilmente se vuelve un caos.

R.

Las redes sociales nos llevan a formar jerarquías muy banales, o simplemente a no hacerlas. Eso nos lleva a ser incapaces de distinguir entre literalidad e ironía, que es una de las formas de crítica más importantes. Ironizar implica calibrar lo que se está diciendo y verlo en toda su dimensión. La gente no debe dejar de jerarquizar e ironizar, o terminará perdiendo su conciencia crítica.

P.

Esa incapacidad para la ironía, tan evidente en las redes sociales, lleva a los usuarios a pedir constantemente respeto, como si la ironía se tratara exclusivamente de una burla. ¿No es algo fascista eso?

R.

 Las redes sociales son peores que lo imaginado por George Orwell. Él pensó que el Big Brother sería la televisión, pero las nuevas tecnologías han impuesto un autoritarismo terrible, capaz de lavar cerebros, muy distinto al que se efectuaba en los países totalitarios del siglo pasado. El de hoy es un autoritarismo bastante subrepticio pero más perverso. Últimamente, las redes sociales se están convirtiendo en algo maléfico. En India, por ejemplo, la distribución de noticias falsas ha llevado a cometer asesinatos terribles; a través de acusaciones de violación sin pruebas, el pueblo lincha a supuestos victimarios. Twitter es una red que permite a los usuarios enterarse rápidamente de lo que pasa, ahorrando el tiempo que uno pasaba leyendo periódicos. El problema es que el tiempo que ahorras lo pierdes en esa y otras redes, sin comunicación cercana con los demás. Twitter es el egoísmo y la soledad masivas.

P.

¿No será que esos comportamientos, más que ser causado por las redes, son simplemente la expresión real de lo que somos?

R.

Las redes sociales están respondiendo a algo. En Facebook, la gente cuenta sus intimidades, sus banalidades, y más gente contesta. «Me siento muy solo porque se ha muerto alguien, apapáchenme», «estoy enfermo», «me rompí un brazo», todas estas anécdotas que antes se compartían con la familia o amigos cercanos, se han vuelto abiertas al público, haciendo una especie de psicoanálisis de banqueta. Las redes también han influido en las elecciones norteamericanas, tanto para Obama como para Trump, han provocado actos racistas que legitiman el odio y confusiones que terminan en muertes. Pero todo eso ya existía.

P.

El libro también es interesante porque permite ser replicado. Alguien podría hacer un libro bajo los mismos principios, pero se sabe de antemano que el resultado será distinto.

R.

Tengo un libro llamado Yo también me acuerdo (Sexto piso, 2014) que escribí siguiendo la tradición de dos escritores que considero importantes: Joe Brainard, que además era artista plástico, y Georges Perec. Brainard escribió un libro de memorias llamado Me acuerdo (1970) y Perec, que lo leyó, escribió poco después Me acuerdo (1978). Un amigo me pidió hacer un texto semejante y terminé escribiendo Yo también me acuerdo, que es un libro muy personal a pesar de seguir una genealogía.

P.

Y por mirarlo todo, nada veía también es un libro personal, una autobiografía. ¿De qué manera se integra el mundo externo, en apariencia objetivo, con la también aparente subjetividad de lo personal?

R.

El libro es un trabajo consciente e inconsciente en el que privilegio el fragmento, por esa obsesión e incapacidad mía para manejar el canon tradicional de la literatura. Yuxtapongo diferentes sucesos que las personas tomamos como un todo y que, al hacerlo, terminamos naturalizando; al no detenernos en estos, los convertimos en estadísticas, consignas y eufemismos, lugares comunes que enmascaran lo que ocurre. Para mí, Y por mirarlo todo, nada veía tiene un sentido estético, pero también político. Cuando Perec escribió Las cosas (1965), el consumismo mundial apenas iniciaba y pocos lo notaban, pero él notó que ya empezaba a cambiar la mentalidad de la gente con la idea de que la felicidad está en obtener muchas cosas; en ese sentido, es importante que la literatura muestre aquello que está sucediendo de una manera normalizada, pero que va cambiando la mentalidad de la gente.

P.

Ese canon tradicional que menciona está desapareciendo. ¿Qué implicaciones tiene esto?

R.

Empecé a publicar a los 47 años por cuenta propia, porque los editores consideraban que mis libros no eran publicables. Cuando escribí Las genealogías (Martín Casillas, 1981), el editor estaba indeciso porque no sabía si iría en la sección de novela o en biografía. Ahora el género no es importante: se escribe cualquier cosa en los intersticios, hay otra forma de hacer las cosas. ¿Por qué se habla de la muerte de la novela si nadie escribe como Balzac o Flaubert? James Joyce, Marcel Proust o David Markson ya probaron que no hay una única forma de narrar. Yo también tuve que encontrar mi forma.

P.

¿Y cómo resumiría esa forma?

R.

La literatura excesivamente documental, mediática y realista sobre lo que está sucediendo puede ser intrascendente, porque la denuncia es tan a flor de piel, tan poco elaborada, que no impacta. Es más importante leer Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift, una parábola que dice mucho de la realidad del siglo XVII inglés, que un texto documentado. Si bien no hay que ningunear los géneros, la literatura tiene que elaborar muchísimo más para tener la capacidad de penetrar en el lector.

*Autor del libro de cuentos ‹La hipótesis de la Reina Roja› (Collage, 2017).

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