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En medio de esta incierta pandemia, que no da tregua en su presurosa estrategia de reacomodar todo y a todos, aflora, cada cierto tiempo y de la nada, una ineludible sensación de nostalgia, que podría resumirse en esta magistral frase, “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”. Nada más cierto. Demasiadas ausencias y silencios que se han venido acumulando en este largo tiempo de introspección.
“Las cosas simples”, la entrañable canción de los argentinos Armando Tejada y César Isella resulta oportuna para detenerse a exorcizar, ojalá hoy mismo, a todos esos demonios indeseables de tristezas y soledades, que tantas añoranzas han terminado por instalar en el espíritu de quienes han tenido que asumir de golpe esta nueva realidad sanitaria, social y económica impuesta por el coronavirus. Resistirse es cada vez más difícil porque es un hecho, y no solo una frase de cajón, que nada volverá a ser lo mismo.
Para que a nadie lo devore el tiempo durante la extensión de este ya agobiante confinamiento, hay que sacudirse de la parsimonia que atenaza el espíritu de quienes han resultado impactados, de alguna u otra manera, por las múltiples circunstancias que ha desencadenado la ferocidad del microscópico virus. Es el momento de ponerse de pie para recomenzar y de resurgir para volver a construir confianza porque, aunque tantas cosas sigan doliendo en el corazón por lo que se ha quedado suspendido o incluso, perdido; la mejor decisión es caminar hacia el futuro. Quedarse inmóvil no es una opción.
Sobreponerse al embate de lo que vendrá es un reto desafiante porque nadie puede hoy certificar, con absoluta certeza, qué y cómo será. Mientras unos pocos expertos, que le hablan al oído a los gobernantes, algunas veces con limitado acierto, definen el alcance de las decisiones que afectarán a todos; parece que lo único claro que hoy se conoce es que el virus seguirá sumando contagios y fallecimientos en su inexorable camino hacia el pico de la curva, arrasando de paso empleos, empresas, familias, proyectos y sueños. Eso se sabía, solo bastaba verse en el espejo de la ruina de otros países, pero hubo muchos a los que les costó Dios y ayuda entenderlo. E incluso, a esta altura de la crisis, cuando no hay cómo echar el freno, siguen siendo incrédulos e insensatos.
Esta coyuntura inédita que alborotó la vida y puso en línea de frente a la muerte, es sí o sí una oportunidad para reinventarse. Líderes del mundo, o lo más parecido a ello, discuten hoy, a través de la virtualidad, acerca del nuevo enfoque de la geopolítica y se atreven a hablar de un nuevo contrato social e inclusión contra la salvaje desigualdad. Millones de personas, que han convertido sus casas en oficinas, participan en reuniones importantísimas en ropa interior, gracias a la modalidad del teletrabajo que deberá ser regulado o terminará siendo graduado como la esclavitud de la nueva realidad. Niños y jóvenes, los más privilegiados, estudian a través de plataformas digitales y el resto, intenta seguir formándose en medio de sus propias carencias demandando una verdadera revolución tecnológica en la educación.
Médicos y científicos han recobrado su liderazgo, enhorabuena, y se hace clave la telemedicina. Lo sostenible siempre es prioritario. Las ventas online y el pago electrónico se fortalecen y las industrias y empresas tendrán que repensarse para poner en marcha los motores de la recuperación. Más tecnología, ciencia e innovación. El turismo, los viajes, los restaurantes, la moda, la vida social y hasta las relaciones personales y afectivas serán distintas. ¿Mejores o peores? Por lo menos, diferentes.
Y en medio de toda esta trepidante historia, nunca antes vivida por las actuales generaciones, cada quien es protagonista de sus propias vicisitudes, contradicciones o miedos y por qué no, alegrías y pequeñas victorias. Superar dificultades está en el ADN de los colombianos y quien diga lo contrario, miente. Abrirse camino y salir a flote será posible si entre todos se echan una mano, demostrando que la solidaridad es la mejor forma de construir una sociedad más humana y generosa, capaz de negociar acuerdos.
La bondad es la hoja de ruta. Enemistarse, cuando se requiere unidad, es un error que se podría pagar muy caro. La especie humana, esta gran comunidad, que hoy enfrenta el virus, debe saberlo para empezar a soñar el regreso.