Quienes a diario son testigos de la absurda contaminación que ha hecho del arroyo León un basurero a cielo abierto, prácticamente una letrina, no son capaces de imaginar que 40 años atrás sus cristalinas aguas eran el balneario favorito de sus vecinos, que también pescaban en él. Entre otras especies, langostas, como Yovanni Charris, un habitante de El Pueblito, le relató a EL HERALDO con infinita nostalgia. En la actualidad, nada queda de esa época feliz.
Es lamentable, además de una vergüenza que a todos nos debe interpelar como sociedad, que el cuerpo de agua testimonie un deterioro hídrico tan pronunciado que grita a voz en cuello la sucesión de errores culturales, institucionales y técnicos, hasta ahora insalvables, que no ha permitido alcanzar cambios estructurales para enmendar semejante abandono.
En un ejercicio de responsabilidad periodística ambiental, EL HERALDO recorrió los 30 kilómetros de la microcuenca, desde su nacimiento en Galapa, donde se le conoce como Sierra Palma, hasta su desembocadura en el mar Caribe, en Puerto Colombia, después de bordear zonas de Barranquilla densamente pobladas, como Caribe Verde, y luego de recibir tributarios o afluentes de los barrios Las Malvinas, El Bosque, La Paz y de Alameda del Río.
También escuchamos a expertos e investigadores para entender la real dimensión de esta crisis ambiental, convertida desde hace años en un círculo vicioso, en el que cada cierto tiempo se invierten miles de millones de pesos para terminar en el mismo punto de partida.
La conclusión es clara. De nada sirve que la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA), la Agencia Distrital de Infraestructura (ADI) y Triple A limpien el arroyo, retiren toneladas de residuos sólidos y sedimentos del cauce o lo intervengan para mejorar sus condiciones hidráulicas, en aras de recuperar las funciones de su ecosistema, si de manera simultánea ciudadanía y empresas siguen vertiendo día y noche, sin ningún control, todo tipo de basuras, aguas residuales sin tratar y materias primas para elaborar sus productos.
Si no se eliminan los botaderos de basura ilegales al igual que las fuentes contaminantes de materiales, como icopor, cajas térmicas o plásticos, por un lado, y si no se solventan las conexiones de redes de alcantarillado de viviendas y fábricas conectadas de forma irregular al sistema de drenaje que descarga en el arroyo, por el otro, las actividades de limpieza u obras de saneamiento se quedarán en buenas intenciones. Se agradecen, sin duda, pero ciertamente son insuficientes, porque en cuestión de días todo volverá a estar igual o peor.
Basta de arar en el desierto. Los vecinos del arroyo León que soportan condiciones indignas, en especial los del suroccidente de Barranquilla, deben entender que son parte esencial de la solución. También lo somos todos los demás habitantes de la ciudad, de Galapa, Puerto e incluso del resto del Atlántico. Las consecuencias a corto y largo plazo de esta ruleta rusa son severas y comprometen la calidad de vida de la gente y ecosistemas del departamento.
¿Qué se debe hacer? Lo primero, trabajar por una auténtica gobernanza ambiental que articule esfuerzos o acciones entre Galapa, Barranquilla y Puerto Colombia, entidades territoriales cuyos moradores y sectores productivos tienen que asumir su responsabilidad en el deterioro del cuerpo de agua, a través de políticas y prácticas sostenibles lideradas por administraciones locales que cambien su mentalidad. Se requiere conciencia ambiental, erradicar hábitos inaceptables, pero también firmeza en controles y sanciones para quienes insisten en usar el arroyo como su botadero personal. No más actitudes laxas o decorativas.
Si bien la expansión urbana informal ha incidido en la degradación del arroyo y su entorno, empresas e industrias tampoco cumplen sus deberes. Son contadas con los dedos de una mano las que cierran el ciclo de producción sin causar impacto ambiental. Urge que cambien sus prácticas ineficientes y apuesten por un modelo de economía circular que se les ajuste.
Los más visionarios hablan de un proyecto de renovación urbana sostenible con vocación de restauración ecológica a lo largo del cauce del arroyo, a semejanza del Gran Malecón del Río. Pues, ya se hizo una vez donde era impensable. ¿Por qué no soñar en grande para tratar de hacerlo realidad, en lugar de ser espectadores o, aún peor, cómplices de este ecocidio?