Gustavo Petro ha comenzado su último año de mandato. Por la manifiesta hostilidad de sus últimas alocuciones, auténticas diatribas revanchistas contra todo y todos que en vez de despertar interés provocan desconcierto, cuando no rechazo y pena ajena, mantendrá invariable el caótico rumbo que le ha imposibilitado hacer realidad las promesas de cambio que le allanaron a la izquierda democrática el camino para acceder al poder por primera vez

Vía su ambiciosa agenda social, Petro pudo pasar a la historia como el gran reformador de Colombia, pero su naturaleza narcisista, autoritaria, personalista y mesiánica, al igual que su intransigencia para gestionar las diferencias con quienes piensan distinto a él, tanto sus antagonistas políticos como partidarios, le jugaron en contra. E incapaz de arbitrar sus propias crisis, las políticas e incluso personales, optó por atrincherarse en sus obsesiones de siempre, viejos fantasmas que le hacen descubrir una galería de enemigos por doquier.

La fractura de la coalición de partidos que lo condujo a la Casa de Nariño fue apenas el inicio de una escalada de desaciertos, acrecentada con el tiempo. Las evidencias se acumulan en los dramáticos rezagos de ejecución e incumplimiento de sectores del nivel central, entre otras razones, por su frágil e inestable capacidad institucional para actuar, efecto inequívoco de la alta rotación de ministros, de la pérdida de suficiencia técnica y de divisiones internas.

Petro ha deconstruido su gabinete, por el que ya han desfilado 58 ministros, para reacomodarlo a su imagen y semejanza con una frecuencia inusual, pero ni así logra que sea eficaz. En ello tiene mucho que ver su anárquico estilo de liderazgo, carente de autocrítica y sentido de responsabilidad. Al igual que la desconexión de su gobierno con la realidad de territorios, de problemas o necesidades de comunidades que confiaron en su proyecto de cambio. Tres años de errores estratégicos han terminado por desdibujar buena parte de los derroteros de inicio del mandato, ahondando la desconfianza de la ciudadanía.

Con una gobernabilidad tan exigua, más por sus propios disparates en la gestión pública y dirección política que por confabulaciones externas, pese a que el oficialismo amplifique el relato de la victimización para convencernos de lo contrario, la recta final se vislumbra realmente desafiante. Nada conduce a creer que un presidente cada día más aislado, débil, arrogante o desnortado sea capaz de dar un timonazo que redireccione su equívoco curso.

En efecto, en ningún otro periodo presidencial que se recuerde habíamos tenido tamaña cantidad de furias reaccionarias, delirantes acusaciones de conspiración, amenazas de rupturas constitucionales, elevadas dosis de improvisación, oportunistas estrategias de distracción, escándalos de ‘fuego amigo’, casos de corrupción e implosiones no controladas.

Si este es el tortuoso método de transición política al que Petro decidió someter al país en su objetivo de hacerlo distinto, ¿por qué imaginar que lo modificará en el cierre de su ciclo?

Petro continuará en la línea autodefensiva de duros ataques frontales contra sus enemigos declarados, entre esos la “prensa del gran capital” para disimular su debilidad, aislamiento o desesperación, consecuencia de sus batallitas contra los demás poderes públicos, la corrupción de su círculo de confianza que minó su legitimidad institucional y sus crisis de gobernanza. En tanto, se aferra al discurso del autoelogio basado en información imprecisa o poco creíble, cuando no engañosa o contradictoria, sobre supuestos logros del Ejecutivo.

Cada día de su último año, la parálisis del Gobierno en áreas cruciales se hará más evidente. Mientras la paz total constata su fracaso, la seguridad se deteriora aún más por la expansión de estructuras criminales o el déficit fiscal se acrecienta por el desmesurado gasto que se resisten a reducir, la incertidumbre gana terreno. Nada de eso parece importarle a un jefe de Estado inmerso en su soledad extrema, que confía su supervivencia en maniobras de chantaje, prácticas clientelistas o en el rol de asesores populistas, más preocupados en distorsionar o maquillar la realidad de su desgobierno que en trabajar por recomponerla.

Ojalá nos equivoquemos, pero quedan meses de disputas reactivas, alocuciones sobre logros invisibilizados por conspiraciones de poderes fácticos y viajes a ninguna parte. Se le acaba el tiempo a Petro, a su gobierno, se les fue en banales conflictos polarizantes que dividieron aún más a los colombianos, pero no resolvieron sus problemas ni crisis, si acaso los aumentaron.

Atravesamos un tiempo complejo, en el que forcejeamos entre la verdad, la desconfianza y la manipulación. Por eso, resulta oportuno recordar esta frase atribuida al expresidente Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.