Desde hace un tiempo la indignación de la comunidad internacional por el horror de las guerras que asuelan al mundo se volvió intolerable e inmoralmente selectiva. La brutal matanza de civiles en Gaza sometidos a incesantes bombardeos y ataques terrestres indiscriminados, que cada día más analistas consideran un auténtico “genocidio”, había caído en un repudiable olvido colectivo. A fin de cuentas, no son solo las bombas las que asesinan y causan destrucción sistemática de infraestructuras, también el cinismo de líderes que solo responden a sus intereses particulares ha consentido esta catástrofe humanitaria.

Luego del 7 de octubre de 2023, cuando los islamistas de Hamás que detentan el poder en la Franja de Gaza perpetraron un execrable acto terrorista contra Israel, su Ejército –bajo las órdenes del primer ministro, Benjamín Netanyahu–, ha acabado con la vida de casi 54 mil personas, 15 mil de ellas menores de edad. Otros 15 mil, principalmente bebés, podrían fallecer en las próximas horas, alerta la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, si persiste el férreo e inhumano bloqueo de agua, alimentos, medicamentos e insumos básicos que el Ejecutivo israelí ordenó en los accesos desde hace casi tres meses.

¿Bajo qué argumento el Gobierno de Israel y sus aliados, comenzando por Estados Unidos, justificarían la muerte por inanición de estos inocentes si finalmente ocurre? ¿Serían capaces de dejarlos morir porque los consideran desde ahora sus enemigos? Difícil asimilar tanta crueldad, imposible soportar tal nivel de impotencia. Por la insensibilidad global, nada distinto a su renuncia de principios básicos de humanidad, la hambruna como arma de guerra se ha convertido en un infame método de conquista, limpieza y ocupación de Gaza.

Ahora cuando saltan las alarmas desde Europa y el mismo Estados Unidos por la crisis de hambre que pone en riesgo la vida de los gazatíes se hace imprescindible señalar que este sufrimiento generalizado, equivalente a una persistente tortura, ya había sido advertido por la ONU como un “posible intento de imponer un cambio demográfico permanente”. Dicho de otra forma, Israel está “creando condiciones de vida incompatibles con la supervivencia de los palestinos como grupo”. Parece que se le iba haciendo tarde a la comunidad internacional para darse cuenta de que en Gaza se encuentra en marcha una “limpieza étnica”.

Por primera vez Netanyahu reconoce la “situación de hambruna” en la Franja. Lo hace al mismo tiempo que confirma su intención de ocuparla totalmente. Pero cuidado, que nadie se equivoque. Este signo de humanidad, para autorizar la entrada de asistencia humanitaria esconde un temor, el de perder el respaldo de los “mayores amigos de Israel en el mundo”, ahora que anuncia un “ataque sin precedentes” contra Jan Yunis, que está siendo evacuada. En fin, la hipocresía. Los aliados de Israel no soportan ni aceptan las “imágenes de hambre masiva” de civiles al borde de la muerte y condicionan su apoyo a que desbloquee la ayuda.

Se agota el tiempo para dos millones de palestinos en Gaza, a quienes tras la actual escalada militar ya no les queda ningún lugar seguro. Sin voluntad de las partes para alcanzar un alto el fuego ni liberar a los secuestrados israelíes, detener la masacre mediante una acción internacional coordinada que imponga sanciones económicas debería ser una opción viable.

Reino Unido tomó la delantera y suspendió negociaciones comerciales con Tel Aviv. La Unión Europea revisará su Acuerdo de Asociación con Israel, a petición de 17 de sus miembros para presionar cambios en la situación de violaciones del derecho internacional. Y aunque es poco probable que esta última prospere, al menos estos países deciden actuar contra el gobierno extremista de Israel, desafían al de Estados Unidos y le envían el mensaje al mundo de que la inacción no puede seguir siendo el único camino por delante frente a Israel.