En los últimos 50 años, la región de la Antártida cercana a Suramérica es la que se está calentando más rápido en todo el planeta. En ese período la temperatura ha aumentado 3 grados, lo cual mantiene a la comunidad científica buscando explicaciones concretas, más allá de las consabidas alertas generales sobre el cambio climático.
Este comportamiento ha venido aumentando exponencialmente la pérdida de masa helada que almacena el 90% del agua dulce del planeta, cuyo derretimiento total desencadenaría un aumento de 60 metros en el nivel del mar.
La más reciente noticia al respecto fue ampliamente difundida el pasado jueves, cuando el científico brasileño Carlos Schaefer anunció que una de sus mediciones en la zona había arrojado la temperatura más alta de la historia en el continente: 20,75ºC el 9 de febrero de 2020.
Este anuncio no es una simple anécdota para el libro Guiness, sino una muestra de que el calentamiento global no es una teoría de la conspiración, ni una hipótesis científica sin comprobación concreta. Los efectos de este fenómeno comienzan a sentirse en lugares críticos del ecosistema mundial, poniendo en riesgo la supervivencia misma del planeta.
Algunos expertos coinciden en que el daño hecho hasta ahora es irreversible; sin embargo, afirman que la única salida es detener las causas que generan los devastadores impactos que ya no sorprenden a nadie.
El principal de esos factores de alteración climática -con sus consecuencias ambientales, económicas y sociales- es la dependencia de los combustibles fósiles, un tema que por el momento no parece tener solución, dados los billonarios intereses que están en juego.
Los gobiernos de los países que más beneficios obtienen de la explotación petrolera discuten el asunto con una parsimonia que denota una alta dosis de indolencia, lo cual hace pensar que -como suele ocurrir- los más afectados por la crisis climática no serán quienes la ha provocado sino las personas que habitan en las zonas críticas, que generalmente está ubicadas en países pobres.
Es urgente que, no solo los líderes políticos, sino también los dueños de las grandes industrias de combustibles asuman el enorme reto que implica la transición y consolidación de fuentes alternativas de energía. El tiempo se agota y ya no se trata de un asunto de dinero; lo que está en juego es la supervivencia misma de la vida de todos.
Que la Antártida esté en riesgo de convertirse en un recuerdo es un asunto que debe concitar la atención de todas las fuerzas vivas de la tierra, y no la de un puñado de científicos que testifican, con estupor e impotencia, cómo la zona más helada del planeta sucumbe ante las fuerzas de un verano anunciado.