Eso de que 'Junior tiene la mejor nómina del país' se repite bastante, pero se nota poco en la cancha. Por lo menos no con la resonancia y constancia con la que tanto se cacarea en las redes sociales y en los medios de comunicación.
Hay unos partidos que el equipo encara con una desesperante pasividad, con una tranquilidad incomprensible, con una paciencia excesiva, con una lentitud inadmisible, con unos movimientos predecibles, con un juego intrascendente, con un conformismo decepcionante que lo hace ver igual y hasta inferior a cualquier contrario.
Aunque el rival ofrezca poco o mucho, los Tiburones avanzan a media marcha, sin ambición, sin agresividad, sin determinación y solitos se van enredando el partido. Solo cuando tienen el agua al cuello, sacan a flote lo que debieron mostrar desde el pitazo inicial. Y a veces ya es demasiado tarde.
Más allá del planteamiento del técnico Luis Amaranto Perea o las características de uno u otro jugador, si debe jugar Perencejo o Sutano, a los jugadores les faltó mayor agresividad, dinámica, valentía y convicción para ir a buscar el partido ante Medellín, que significaba el paso a las semifinales de la Copa Colombia 2020.
Por momentos parecía que el equipo no sabía lo que se estaba jugando o creía que podía sacar adelante el partido con un mínimo esfuerzo. No le dieron la relevancia que ameritaba el desafío o pensaron que podían ganar de camiseta, de sueldo, de nombre, de tener 'la mejor nómina del país'. Sucedió varias veces el año pasado y aconteció en este comienzo de la nueva temporada.
La superioridad, si en realidad existe, hay que reflejarla fielmente en la cancha, con humildad, con carácter, con calidad, con atrevimiento, osadía, seguridad y ganas.
La jugada del empate del DIM, en la cual Germán Gutiérrez, como si fuese un lateral brasileño, elude a tres jugadores rojiblancos (¡tres!) como si fueran conos, ilustra claramente la pasividad que en largos ratos del juego asumieron los jugadores de Junior.
Gutiérrez fue por el rebote sin una marca cercana ni firme y lanzó el centro que después encontró a Vuletich sin que nadie lo incomodara.
No se puede profundizar y crear opciones de gol a ritmo cansino, sin desmarques, sin movilidad, sin diagonales, sin dinámica, sin puntos de apoyo, sin asocio. Tiene que existir la disposición para ejecutar todo eso que exige el fútbol moderno.
No se juega caminando y con toques insulsos. Toca fajarse, emplearse a fondo. De lo contrario, hasta un equipo que apenas se está formando como el DIM, resultará duro de ganar.