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“Los resultados nos producen vergüenza y tristeza”. Estas son palabras expresadas por Enrique Camacho, el presidente del club Millonarios.

Jorge Arias, defensa central del mismo equipo, en la rueda de prensa después de la última derrota, ante Unión Magdalena, se anticipó a la formulación de una pregunta, tomó el micrófono y dijo con rostro adusto y voz lastimera “nos tendríamos que ir nosotros, los jugadores, y no solo el técnico”.

Al día siguiente apareció David Mackalister Silva, el que casi siempre fue el capitán, el que tomaba la vocería y representaba las opiniones y emociones de sus compañeros durante los últimos años para “no es pedir disculpas, es pedir perdón porque estamos avergonzados, estamos fallando a una hinchada y una historia, somos absolutamente responsables”.

Como podemos ver, todos aceptan que son responsables de la muy mala campaña de Millonarios, que su aporte al buen funcionamiento y buenos resultados ha sido insuficiente. Pero, ninguno de ellos fue destituido o por decisión propia renunció.

Hay varios responsables, pero el único que a la larga es considerado culpable es el técnico David González. El único que en realidad perdió, porque ya perdió su trabajo, los demás tendrán otra oportunidad. Esta es la macabra lógica que domina el mundo de los técnicos. Rehenes de las estadísticas.

El poder que han construido parece un arma de doble filo, por una parte, son considerados los dueños del juego, los líderes de los proyectos, los artistas de la planificación perfecta, los que reciben premios dobles, y por otra, son los primeros- y muchas veces los únicos- en ser despedidos, no hay con ellos medias tintas: genios o burros.

Por ellos se gana, por ellos se pierde. Se les candidatiza a presidente o se arrojan al abismo. Si Cardona falló dos penales y prácticamente sentenció la eliminación de Nacional antes de ir a Brasil, el público lo aplaude.

Nacional quedó eliminado ante Sao Paulo, y Gandolfi se tiene que ir. Así es, los técnicos lo saben y han aprendido a convivir con esa realidad. Muchas veces injusta realidad.