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Nuestra Liga de fútbol es como las vueltas de ciclismo. Para ganarla hay que superar etapas y, en las mismas, prevalecer en las dificultades como los premios de montaña, las pruebas contra el reloj, los embalajes intermedios y hasta la pájara. A diferencia de las carreras, donde gana el que menos tiempo acumula, en el fútbol clasifican los que más puntos suman.

En el ciclismo hay campeones que no ganan etapas, que corren de manera táctica teniendo un buen equipo de gregarios. En el fútbol nuestro hay campeones que van pasando raspando el calendario Todos x Todos y la semifinal, pero ganan la final en partidos épicos. Junior nos ha dado unas finales, de comer uñas y herniarnos, que han terminado en estrellas para el glorioso escudo rojiblanco.

Esto para entender que, como en la vida, el deber del ser humano es dejar buenos recuerdos.

Aquello de borrón y cuenta nueva, que se ha aplicado a mil situaciones en la vida, es tan elemental como cuando el cachaco, de la tienda de la esquina, recibe el pago del vecino al que le fía y, este, llegada la quincena, le paga lo que debe y el proveedor venido del interior rompe el cartón de Marlboro donde anota la cuenta y abre una nueva.

Quien viviendo en otros lares no entienda esta simple transacción, favor remitirse a un barranquillero, caribeño o alguien que haya vivido en Barranquilla, incluyendo al Papa León XIV. Ellos le explicarán.

En el caso de este Junior, de este César Farías, de este alejamiento del Juniorismo del estadio, se puede aplicar pero se debe entender también, que después del borrón, viene la cuenta nueva.

Explico, una cosa es sumar para clasificar con poco gusto de fútbol, como el presente Junior de Farías, a pasar a jugar una semifinal donde, por cosas del bendito fútbol, la situación cambia a que no importa cómo se juegue, sino que lo importante es sumar.

En el calendario Todos contra Todos el sabor del buen fútbol debe ser tan importante como la suma de puntos. En la semifinal el sabor del fútbol ya no es tan importante como esa suma de puntos. Y en la final, no es que las finales no se juegan sino que se ganan, como dicen los futbolistas. No, la final hay que jugarla bien para ganarla, a no ser que la dulce suerte, y el santo de tu predilección, estén de tu lado.

Y no olvidar, a la hora de nona, que la vida transcurre entre la estatua del ganador que hará que nos recuerden por siempre y el epitafio del perdedor en una lápida en tierra que el sol, el tiempo y la lluvia borrarán…