Evaristo Mendoza: el eslabón perdido de la música de gaita
Este músico centenario que acaba de fallecer demostró que este instrumento de viento también es patrimonio sonoro del Atlántico.
Evaristo Mendoza Carvajal, el gaitero atlanticense que vivió un siglo completo defendiendo su legado ancestral Mokaná, ha muerto. Hoy más que nunca su legado se convierte en un tesoro que invita a las nuevas generaciones que producen música autóctona a valorar y custodiar ese sonido indígena que este hombre mantuvo vivo en estos tiempos de tanta modernidad.
Quienes lo conocieron a fondo no solo hablan del embrujo que producía con la gaita hembra, sino también de esa sonrisa fácil que ofrecía a cualquiera y por su célebre frase: “Eso era lo bonito”.
Así se expresaba este centenario hombre oriundo de Tubará, Atlántico, sobre lo bonito de la música, la vida y los paisajes que a diario observaba desde su vivienda ubicada en la cabecera municipal, donde de manera constante sacudía su instrumento de viento para emular el sonido de los pájaros.

La investigadora cultural Luisa Palmezano Camargo, que desde 2015 se radicó en Tubará en búsqueda de generar la visibilización y difusión de la música de Mendoza, contó que la figura de este músico nacido el 14 de octubre de 1920, era de gran relevancia, ya que al tener tan afianzadas sus raíces Mokaná asumió la gaita como una realidad musical.
“Su estilo se caracterizaba por tener aires indígenas. En su propuesta estaban muy presentes los sonidos del bosque, las aves y de su único Dios que tenía mucha relación con el caracol y el sonido que este generaba. Por eso su música la llamaba ‘sones’ y no ritmos, él congeló sus sonidos y los dividió en Asuntado y Melódico. Lo Asuntado es esa música melancólica, una especie de lamento indígena, sones tranquilos y pausados; mientras que lo Melódico hace referencia a lo alegre, a la cumbiamba, eso fue lo predominante en su obra”.

Esta académica enamorada de la música folclórica sostiene que el maestro Evaristo deja el legado “de la resistencia de nuestra memoria”. Lo define como un hombre que “luchó hasta el último suspiro por proteger la esencia indígena. Debido a su condición cardiaca y pulmonar que padecía hace tiempo dijo adiós en cuerpo presente, pero su sonido no debe morir. Él fue un gran embajador de la ancestralidad atlanticense”.
A nivel personal lo recordará como un ser noble, justo y con una sonrisa que contagiaba a quien estuviera a su alrededor. “Evaristo era un ser que parecía sacado de alguna mitología, era asombroso, parecía un mensajero espiritual, un ser mágico. Apenas sonaba la gaita las personas caían en una especie de encanto de la que al final los despertaba con una carcajada en señal de agradecimiento”.

Resistencia
Mónica Coll Alba, gestora cultural de Tubará, contó que la gaita es un instrumento “absolutamente indígena” que a pesar del tiempo representa la mayor resistencia de nuestros aborígenes. “Evaristo y sus hermanos son la expresión viva de la gaita, esperamos que sus hijos y nietos mantengan su legado, hay que trabajar urgente por el fortalecimiento de estos sonidos ancestrales. Es un pesar que se haya marchado Evaristo, el último gaitero Mokaná, un genio que era el bastión de esta música en el Departamento”.

También vivió para el carnaval
Marlon Peroza, director de Los Gaiteros de Pueblo Santo, agrupación que el año pasado estuvo nominada al Grammy Latino, entabló una amistad con el longevo hombre hace cinco años. Esa cercanía le permitió captar su esencia y consejos para proyectar su legado. “Él se convierte en una pieza trascendental en la música de gaita a nivel nacional, ya que siempre se creyó que en el Atlántico no existían manifestaciones de música de gaita, y que esta se limitaba a los Montes de María, a las sabanas de Córdoba y a la Sierra Nevada de Santa Marta, pero había un vacío en el Atlántico que este maestro llenó y nos hizo dar cuenta que sí existía una historia centenaria de tradición gaitera en este territorio”.
La figura de este hombre delgado, de baja estatura, piel morena y que se caracterizó por usar sombrero, fue constante en el Carnaval de Barranquilla, fiesta en la que participó desde joven con su compañera inseparable.
“Nos mostró cómo se amenizaba la fiesta en el pasado, con revelaciones sorprendentes; por ejemplo, nos explicó que la danza del garabato hacía sus presentaciones con música de gaita. También habló de sus participaciones en las carnestolendas cuando la Batalla de Flores no se hacía por la Vía 40. En cierta manera se convirtió en un eslabón perdido de la historia de la música de gaita, esto evidencia que este instrumento es un patrimonio sonoro del Atlántico”.
Con relación a su estilo, Peroza comenta que era muy pausado, cíclico y en las partes más bajas de la gaita se quedaba en un trance mágico. “Escuchar eso era como hipnotizarse y confundirlo con el sonido de los pájaros, era escuchar el sonido ancestral en su estado más puro interpretado por alguien que vivía en este siglo”.
El anterior concepto lo refuerza el también gaitero y millero Nayib Férez, director musical de La Banda de Nayo. “Este maestro aún conservaba esos acentos que le dan a los vientos las personas indígenas. Parece mentira pero el indígena tiene una forma distinta de acentuar los vientos que es muy diferente a la del blanco, el negro y el mestizo. Eso se podía detectar en su ejecución de la gaita, una música bastante autóctona. Lo que hacía Evaristo no era música de Carnaval, ni de cumbiamba, era música de gaita concentrada en su sentir indígena”.

Su legado quedó grabado
El 23 de enero del 2017 en la finca El Paraíso, en El Corral de San Luis, Tubará, Evaristo junto a sus hermanos Guillermo (gaita macho) y Mariano (tamborero) grabó la producción La gaita de los hermanos Mendoza, los sones ancestrales Mokaná, propuesta respaldada por Colombia Records y Paisajes Sonoros. Ahí quedaron registradas piezas icónicas de su repertorio, entre ellas: La malla, El wakabó, El melodio, El grito y Palo seco.
“Por fortuna se logró hacer esta producción que contiene los ritmos ancestrales del Atlántico, este álbum es una pieza de colección que se convierte en un viaje por los sonidos que se resisten al olvido. Un homenaje musical a la identidad y las raíces Mokaná. Este trabajo se hizo en su escenario natural, allí se entremezclan los sonidos de la gaita con los de la naturaleza”, explicó Luisa Palmezano.

Su última parranda
Luisa Palmezano, quien se convirtió en su vecina y amiga, por pedido de Evaristo le organizó su última parranda el pasado 24 de febrero. Él quería que sus hijas cocinaran y sus amigos pusieran la música. Advirtió que debía hacerse lo más pronto posible porque no sabía cuánto tiempo podía resistir. “Se la organicé tal como la pidió, él quería que su pueblo escuchara como se tocaban las gaitas, comer sabroso y reírse de la vida. Ese día se rejuveneció, retomó su voz, porque por sus problemas de salud poco hablaba, creo que ese día volvió a la vida, esa parranda le dio horas extras de felicidad”.
En este festín que se convirtió en un gran adiós musical, también estuvieron los hermanos Alian y Leang Manjarrés, integrantes del grupo Bozá, Los Gaiteros de Pueblo Santo, David Meza, gaitero de la agrupación española La Rueda de Madrid, Domingo Sánchez y Milena Antolinez.
“Ese día estaba vestido de cumbiambero y soltó muchas carcajadas, siento que se fue feliz para el cielo, allá debe estar muy seguramente porque era una persona honesta y entregada a su familia. Me quedo con su gran consejo, él me repetía que sin importar nuestras tristezas, el gaitero siempre tiene la misión de alegrar a la gente”, sostuvo Peroza.
Este viernes desde las 10:00 a. m. en su natal Tubará, cumpliendo los protocolos de bioseguridad, el gaitero centenario del Atlántico tendrá otro adiós. Esta vez no podrá sonar su gaita, pero muy seguramente se escuchará ese sonido indígena que defendió a muerte.
