Al final del camino de piedra, en el kiosco de paja que brinda sombra y alimento, Gabriela y Víctor intercambiaban opiniones sobre por qué las cosas no salen siempre como uno espera.
Lo que parecía ser una discusión gaseosa por la cantidad de variables y opiniones que el tema contempla, tomo un giro que llamo poderosamente mi atención cuando uno de ellos dijo: “ah no, una cosa es una cosa y, otra cosa es otra cosa”
Entonces recordé cuantas veces lo había oído decir y me detuve a pensar en ello.
La sabiduría popular lo grita: “Una cosa es una cosa y, otra cosa es otra cosa”
Los olvidos hacen parte de la vida, del desgaste en la memoria y la saturación en el archivo, del exceso de información diaria, de la presión, del afán y, por supuesto, de la edad. Pero ojo, una cosa es una cosa y, otra cosa es otra cosa.
No podemos olvidar que una cosa es querer casarnos y otra, ser esposos. No podemos olvidar que una cosa es tener hijos y otra muy distinta, ser padres.
Una cosa es tener seguidores y otra, amigos. Una cosa es inspirar miedo y otra, respeto. Una cosa es tener fama y otra, reconocimiento. Una cosa es una canción y otra, una historia. Una cosa es tener dinero y otra, ser abundante.
Una cosa son los lujos y otra el gusto. Una cosa es la omisión y otra, el silencio. Una cosa es no poder y otra, no querer. Una cosa es perder y otra, entregarse. Una cosa es el delirio y otra, la fiebre. Una cosa es ser abnegado y otra, complaciente.
Una cosa es abandonar y otra, soltar. Una cosa es ir y otra, avanzar. Una cosa es el facilismo y otra hacerlo fácil. Una cosa es lo ilegal y otra, lo prohibido. Una cosa es un reguetón y otra, un tango.
Una cosa es nacer y otra, vivir. Una cosa es crecer y otra, evolucionar. Una cosa es no saber y otra, olvidarlo. Una cosa es estar dormido y otra, dormir. Una cosa es botar corriente y otra, brindar tiempo.
Una cosa es llorar y otra, sentir. Una cosa es ser enfermo y otra estarlo. Una cosa repetir y otra, heredar. Una cosa es el sueño y otra, el logro. Una cosa es el objetivo y otra el propósito.
Una cosa es reconocer y otra, perdonar. Una cosa es ser respetuoso y otra ausente. Una cosa es la avaricia y otra el anhelo. Una cosa es la tristeza y otra, la nostalgia. Una cosa es el sonido y otra, la melodía. Una cosa es hablar y otra, la palabra. Una cosa es resistir y otra, aguantar.
Entre ambas y entre todas, el espacio olvidado de lo digno, el que no se terceriza, el que no necesita de asistencia y el que se aborda con firmeza en estos tiempos rotos en los que el oxígeno escasea.
¿Se nos han olvidado las diferencias entre una y otra cosa y, entonces todo es parecido y al todo parecerse todo es confuso y confundido?
¿Cuánto queda congelado cuando lo que decimos no se parece a lo que pensamos, ni lo que pensamos a lo que hacemos?
¿Se ha quedado el mundo en un atasco incoherente?
Es importante mirar un tanto a la simpleza o, a la grandeza de observar en el vacío, entre una y otra cosa, y saber cuántas de ellas nos acercan a lo cierto y cuántas son las hijas o los hijos de la amarga incompetencia.
Esta, es una invitación a la consciencia, a la construcción de un ritual simbólico que nos permita dejar de ser distancia, una invitación a la ventana que nos haga recordar cuanto hemos olvidado y reconocer que, en las diferencias, por más sutiles que parezcan, se encuentra un mundo lleno de respuestas frescas, una vía con rutas extensa donde existe la posibilidad de encontrar un destino parecido al esperado, mucho más ajustado al mundo honesto donde habita el cambio y la transformación.
Esta, es una respetuosa invitación a fijarnos en los pequeños detalles que bien retrata el lenguaje popular y hacen la diferencia. Una invitación a no perder de vista que, en las cosas de la vida, una cosa es una cosa y, otra cosa es otra cosa.